Creíamos ingenuamente que
la historia había llegado a su fin junto con el último ladrillo que cayó del
muro de Berlín. Pero no. Sigue entre nosotros y sobrerrepresentada (sobre todo
en la forma de historia narrativa lineal) en los estudios artísticos y
musicales en el conjunto del Estado Español. En la modernidad tardía se pone
demasiado énfasis en entender la "música clásica" como patrimonio, como memoria
de lo que la gran Europa fue y como recordatorio gruñón de lo que debe ser. Antes,
en la modernidad incipiente, el papel de un Beethoven o Bach era el de colmar
de sentido el presente de las personas, no el de representar un sonido anclado
a un tiempo específico.
La historia debería
abandonar las estructuras narrativas heredadas de la modernidad (evolucionismo
y progreso lineal en lo técnico y lo estético, etc.), para transformarse en una
verdadera arqueología del conocimiento. Su
interés se dirigiría entonces no hacia los hechos de los grandes genios, sino hacia
la episteme o condiciones
cognoscitivas que están detrás de toda práctica musical y, muy especialmente, hacia
el espectro de discursos que dotaron de sentido cada música en sus diferentes pasados
incluyendo ese pretérito inmediato que solemos llamar presente.
Siempre me pareció
desconcertante que en una región del mundo como la península ibérica, donde los
pueblos y naciones tejen historias harto diferentes sobre el mismo pasado
común, los historiadores profesionales dediquen tan poco esfuerzo en comprender
y enseñar los entresijos y condiciones de la construcción de relato histórico. Por
el contrario, se empecinan en defender que la suya es la historia verdadera.
Así nunca entenderemos por qué no hay casi mujeres, catalanes o españoles en
los relatos dominantes de la “historia de la música universal”.
La llamada "música clásica"
y el conjunto de las humanidades viven una crisis alarmante. Quienes nos
dedicamos a ellas estamos urgidos a mostrar qué es lo que Machaut, Schubert o
Satie pueden aportar a nuestra existencia inmediata, lo que nos enseñan para
amar mejor, para hacernos más humanos, para comprender cada frustración o
desengaño o para dotar de sentido cada atardecer. Si las humanidades no nos dan
humanidad, si se limitan a dar fechas, construir apologías y extraviarse en
devaneos filológicos, ellas, incluyendo la historia y la música clásica, desaparecerán
ingrávidas, apenas retenidas por el peso de polvorientos libros de historia.
Publicado en catalán en la sección A dos voces de l'Esmuc Digital de octubre de 2011
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