- Introducción (ver abajo)
El mestizaje bélico: Vencer o morir: Una historia militar de la conquista de México (2021) de Antonio Espino López.
- El historiador al que Moctezuma le susurraba al oído: Cuando Moctezuma conoció a Cortés (2019) de Matthew Restall
El medio giro deconstructor: ¿Quién conquistó México? (2019) de Federico Navarrete
La conquista en la construcción de la identidad nacional en México y España: Tomás Pérez Vejo
Introducción
Hace 500 años, el 13 de agosto de 1521, dos semanas antes de la muerte del gran Josquin Desprez, una coalición militar integrada por apenas un millar de ibéricos (principalmente castellanos, extremeños y andaluces pero también vascos, catalanes, portugueses; además de algunos italianos, griegos y turcos) sus ayudantes taínos y africanos y centenas de miles de tlaxcaltecas, chalcas, texcocanos, xochimilcas y acolhuas, entre otros pueblos mesoamericanos, derrotaron a los mexicas (imprecisamente conocidos como “aztecas”). Después de un sitio cruel y unas batallas de náusea, pusieron fin a 106 años de dominio mexica sobre esa región: arrancaron esos territorios y sus gentes de una mitología armada de maíz, barro y sangre para insertarlos en las narrativas históricas de occidente.
De manera errónea, este acontecimiento se suele considerar como la consumación de “La Conquista de México”. En realidad fue el principio de un proceso mucho más largo y complejo que, según algunos, nunca terminó. Los estudios poscoloniales lo valoran como el inicio del eurocentrismo y del orden colonial que aun domina en nuestros días en la relaciones económicas, epistémicas, sociales y aun sexuales del mundo. Más aún, hay quien lo considera el punto de partida del capitalismo moderno.
Para millones de
mexicanos actuales, la caída de Tenochtitlán y Tlatelolco es el origen de una
herida que aun respira y clama por una reparación. El dolor existe, es real,
pero el golpe no fue infringido hace 500 años. Entre otras cosas porque sus
protagonistas tienen de Mexicanos y Españoles modernos lo mismo que yo tengo de
bávaro mormón. El dolor se fue enarbolando poco a poco durante la segunda mitad
del siglo XIX cuando se inocularon los relatos de construcción nacional que
pretendieron dotar de una sola identidad y legitimidad a todos los pobladores
de esa inconmensurable y contradictoria constelación de culturas que por
comodidad llamamos México.
El episodio de la conquista fue instrumentalizado astutamente por algunas
élites en una batalla cultural que se coordinó con el relato histórico dominante:
el de los “conquistadores” europeos. Éstos, para cubrirse de gloria y erguirse
como únicos vencedores, invisibilizaron los motivos, iniciativas e importancia
de los pueblos mesoamericanos que se les unieron en la guerra contra el mexica.
El nacionalismo es una argamasa indispensable para construir identidad de grupo
y fuertes sentimientos de pertenencia a una entidad metafísica llamada
“Patria”. Pero siempre descansa sobre mitologías repletas de chatarra
intelectual y razonamientos basura. Todos los nacionalismos padecen de ello. ¿Podemos
pensar la conquista fuera de esos enceguecedores marcos emocionales?
Mi conclusión es que, para nosotros, es imposible concebir la conquista fuera
de una episteme colonialista. Pero es posible, siquiera como efímero ejercicio desinteresado,
mirar los acontecimientos desde subjetividades alternativas: ponerse por un
momento en la piel de los tlaxcaltecas y comprender sus intereses, anhelos y
decisiones militares; en las faldas de mujeres como la fiera María Estrada que
con espada en mano mató más mesoamericanos que la tifoidea del 56, o de ese
astuto animal político que fue Malitzin que terminó por gobernar ese territorio
del que fue expulsada en su niñez; usar los ojos del pequeño Orteguilla, el
niño asistente de Moctezuma durante su cautiverio y que hizo de verdadero
mediador intercultural… meterse por un instante en el pánico, revestido de
cólera brutal, de Pedro de Alvarado quien por sus cabellos rubios lo creyeron
hijo del sol pero en realidad era un hijo de la chingada; asomarnos a la
pusilanimidad que ciertos relatos le atribuyen a ese Moctezuma apedreado por su
propio pueblo el ritmo de “¡puto, puto!”; o a la mente estratégica de ese otro
Moctezuma, el político hábil que hizo lo que creyó mejor para su gente y casi
lo logra; intentar sentir el nervio de Cacama, tlatoani (rey) de Texcoco, que
fue el único que se atrevió a decir alto y claro que la estrategia de Moctezuma
los llevaría a la ruina pero cuya conjura terminó muy mal; parapetarse por un
instante en el sultanismo demencial de Cortes que, mientras era sometido a
juicio en la península, se dejaba mecer por el centenar de odaliscas
mesoamericanas que se paseaban por su palacio; sentir la esquizofrenia pactista
del Cacique Gordo de Cempoala que era capaz de vender su alma al diablo y a sí
mismo al mismo tiempo o sentir el mar Caribe con el corazón del onubense Gonzalo
Guerrero, el “conquistador traidor” que decidió quedarse a vivir, luchar y
morir junto a los mayas, etc.
La conquista no fue
sólo el “encuentro de dos mundos”: ¡bendito arte del eufemismo! Fue
fundamentalmente el choque de dos (o más) barbaries, la colisión sangrienta y
nauseabunda de diferentes culturas de la guerra; de distintas formas de concebir
y concretar la extrema crueldad humana. Ninguna de ellas es mejor ni peor que
la otra… sólo son distintas.
En estos días iré compartiendo por aquí, a quien pudiera interesar, algunos comentarios
sobre las lecturas que me han acompañado en estos meses en mi intento de
repensar los 500 años de la caída de Tenochtitlán- Tlatelolco desde lugares
distintos. Lo hago como un simple aficionado curioso. No soy ni pretendo hacer
de historiador. La “Historia”, como práctica profesional, no me interesa; entre
otras cosas, porque ni yo ni los pringados de mi clase le interesamos a ella. Solo soy un inopinado coleccionista de miserias humanas que necesita re-pensarlas y re-pensarse
en ellas…
Todas mis notas sobre algunas lecturas las iré agregando poco a poco aquí.