13 de agosto de 2021

500 años de la conquista

Imagen: La conquista de México por Cortés. Autor desconocido. Segunda mitad de siglo XVII.


Lecturas para repensar los 500 años de la conquista

Algunos comentarios e ideas...


Introducción

Hace 500 años, el 13 de agosto de 1521, dos semanas antes de la muerte del gran Josquin Desprez, una coalición militar integrada por apenas un millar de ibéricos (principalmente castellanos, extremeños y andaluces pero también vascos, catalanes, portugueses; además de algunos italianos, griegos y turcos) sus ayudantes taínos y africanos  y centenas de miles de tlaxcaltecas, chalcas, texcocanos, xochimilcas y acolhuas, entre otros pueblos mesoamericanos, derrotaron a los mexicas (imprecisamente conocidos como “aztecas”). Después de un sitio cruel y unas batallas de náusea, pusieron fin a 106 años de dominio mexica sobre esa región: arrancaron esos territorios y sus gentes de una mitología armada de maíz, barro y sangre para insertarlos en las narrativas históricas de occidente.

De manera errónea, este acontecimiento se suele considerar como la consumación de “La Conquista de México”. En realidad fue el principio de un proceso mucho más largo y complejo que, según algunos, nunca terminó. Los estudios poscoloniales lo valoran como el inicio del eurocentrismo y del orden colonial que aun domina en nuestros días en la relaciones económicas, epistémicas, sociales y aun sexuales del mundo. Más aún, hay quien lo considera el punto de partida del capitalismo moderno.

Para millones de mexicanos actuales, la caída de Tenochtitlán y Tlatelolco es el origen de una herida que aun respira y clama por una reparación. El dolor existe, es real, pero el golpe no fue infringido hace 500 años. Entre otras cosas porque sus protagonistas tienen de Mexicanos y Españoles modernos lo mismo que yo tengo de bávaro mormón. El dolor se fue enarbolando poco a poco durante la segunda mitad del siglo XIX cuando se inocularon los relatos de construcción nacional que pretendieron dotar de una sola identidad y legitimidad a todos los pobladores de esa inconmensurable y contradictoria constelación de culturas que por comodidad llamamos México.

El episodio de la conquista fue instrumentalizado astutamente por algunas élites en una batalla cultural que se coordinó con el relato histórico dominante: el de los “conquistadores” europeos. Éstos, para cubrirse de gloria y erguirse como únicos vencedores, invisibilizaron los motivos, iniciativas e importancia de los pueblos mesoamericanos que se les unieron en la guerra contra el mexica.

El nacionalismo es una argamasa indispensable para construir identidad de grupo y fuertes sentimientos de pertenencia a una entidad metafísica llamada “Patria”. Pero siempre descansa sobre mitologías repletas de chatarra intelectual y razonamientos basura. Todos los nacionalismos padecen de ello. ¿Podemos pensar la conquista fuera de esos enceguecedores marcos emocionales?

Mi conclusión es que, para nosotros, es imposible concebir la conquista fuera de una episteme colonialista. Pero es posible, siquiera como efímero ejercicio desinteresado, mirar los acontecimientos desde subjetividades alternativas: ponerse por un momento en la piel de los tlaxcaltecas y comprender sus intereses, anhelos y decisiones militares; en las faldas de mujeres como la fiera María Estrada que con espada en mano mató más mesoamericanos que la tifoidea del 56, o de ese astuto animal político que fue Malitzin que terminó por gobernar ese territorio del que fue expulsada en su niñez; usar los ojos del pequeño Orteguilla, el niño asistente de Moctezuma durante su cautiverio y que hizo de verdadero mediador intercultural… meterse por un instante en el pánico, revestido de cólera brutal, de Pedro de Alvarado quien por sus cabellos rubios lo creyeron hijo del sol pero en realidad era un hijo de la chingada; asomarnos a la pusilanimidad que ciertos relatos le atribuyen a ese Moctezuma apedreado por su propio pueblo el ritmo de “¡puto, puto!”; o a la mente estratégica de ese otro Moctezuma, el político hábil que hizo lo que creyó mejor para su gente y casi lo logra; intentar sentir el nervio de Cacama, tlatoani (rey) de Texcoco, que fue el único que se atrevió a decir alto y claro que la estrategia de Moctezuma los llevaría a la ruina pero cuya conjura terminó muy mal; parapetarse por un instante en el sultanismo demencial de Cortes que, mientras era sometido a juicio en la península, se dejaba mecer por el centenar de odaliscas mesoamericanas que se paseaban por su palacio; sentir la esquizofrenia pactista del Cacique Gordo de Cempoala que era capaz de vender su alma al diablo y a sí mismo al mismo tiempo o sentir el mar Caribe con el corazón del onubense Gonzalo Guerrero, el “conquistador traidor” que decidió quedarse a vivir, luchar y morir junto a los mayas, etc.

La conquista no fue sólo el “encuentro de dos mundos”: ¡bendito arte del eufemismo! Fue fundamentalmente el choque de dos (o más) barbaries, la colisión sangrienta y nauseabunda de diferentes culturas de la guerra; de distintas formas de concebir y concretar la extrema crueldad humana. Ninguna de ellas es mejor ni peor que la otra… sólo son distintas.

En estos días iré compartiendo por aquí, a quien pudiera interesar, algunos comentarios sobre las lecturas que me han acompañado en estos meses en mi intento de repensar los 500 años de la caída de Tenochtitlán- Tlatelolco desde lugares distintos. Lo hago como un simple aficionado curioso. No soy ni pretendo hacer de historiador. La “Historia”, como práctica profesional, no me interesa; entre otras cosas, porque ni yo ni los pringados de mi clase le interesamos a ella. Solo soy un inopinado coleccionista de miserias humanas que necesita re-pensarlas y re-pensarse en ellas…

Todas mis notas sobre algunas lecturas las iré agregando poco a poco aquí.

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