19 de agosto de 2021

El historiador al que Moctezuma le susurraba al oído


El historiador al que Moctezuma le susurraba al oído: Cuando Moctezuma conoció a Cortés
(2019) de Matthew Restall 

Restall es uno de los principales representantes de la llamada Nueva Historia de la Conquista; corriente historiográfica angloparlante que propone nuevas interpretaciones sobre el tema. Se caracteriza por dudar sistemáticamente de los relatos históricos dominantes basados en los escritos de los propios conquistadores y sus afines. Entre otras cosas, desmiente que la supuesta superioridad cultural y tecnológica de los europeos fuera decisiva para las victorias bélicas y pone en primer plano la labor de los pueblos americanos que se les unieron para derrocar a los crueles poderes locales. Éstos no sólo proveyeron de alimentación y apoyo logístico sino que, además de su participación en el frente de batalla, ofrecieron información, inteligencia y espionaje así como estrategias de combate, análisis de las rutinas militares y un diagnóstico certero de las fisuras políticas al interior de cada uno de los pueblos de la región.

Va aun más y asegura que los conquistadores europeos que llegaron a Mesoamérica no necesariamente fueron lo más representativo de la Europa de la época a nivel intelectual, cultural, tecnológico o incluso militar. Esto pone en entredicho algunas de las tesis fundamentales de los estudios poscoloniales para quienes con la llegada de los ibéricos a la región, simplemente desembarcó “Europa” sin matices o particularidades (¡esto se pone bueno!). Por todo ello, para esta escuela es indispensable reescribir esta historia que ha ignorado sistemáticamente a sus verdaderos protagonistas: los “indios conquistadores”.

En su libro, Restall analiza una asombrosa cantidad de documentos de la más diversa procedencia entre los que destacan mapas, pinturas, obras de teatro, óperas, poemarios, esquemas, libros e impresos de temas insospechados, dibujos, dedicatorias, etc. A partir de ellos rastrea de manera convincente el proceso de construcción europea de la concepción de América, de los imaginarios sobre las culturas y pueblos mesoamericanos y el marco argumental que permitió comprender y legitimar las brutales guerras de conquista. El resultado fue la convicción occidental de que los “indios”·eran unos bárbaros inmorales y paganos que, por el bien de todos, requerían ser civilizados.

Con estas bases realiza una interpretación en extremo interesante del encuentro entre Moctezuma y Cortés del 8 de noviembre de 1519. Durante su entrevista, el extremeño le comunicó al huey tlatoani (gran rey) que venía en representación del más grande emperador del mundo, Carlos V y le sugirió rendirle pleitesía y entregarle sus dominios y riquezas de inmediato. Al parecer, según las crónicas de factura europea, el monarca mexica, sensible a estos asuntos de diplomacia intercontinental, aceptó gustoso la propuesta de inmediato. La verdad es que es muy difícil imaginar cómo fue el diálogo entre ambos. No hay que olvidar que para comunicarse con Moctezuma, Cortés primero pronunciaba su mensaje en castellano al ex - náufrago Jerónimo de Aguilar quien, tras haber pasado unos años entre mayas, dominaba ese idioma tal y como se hablaba en la península de Yucatán. Éste le transmitía el mensaje a Malitzin que también hablaba el maya pero su variante chontal de Tabasco que no era el mismo. Por último, esta última (cuya lengua materna parece ser que era el popoluca) traducía el mensaje al náhuatl, la lengua de Moctezuma. Ahora bien, el monarca mexica hablaba un náhuatl en extremo sofisticado y culto, repleto de retruécanos argumentales, imágenes metafóricas y acertijos poéticos a los que la admirable Malitzin no necesariamente estaba acostumbrada (se dice que el náhuatl de la nobleza mexica tenía una gramática distinta). Vaya usted a saber que tanto se perdió o ganó en este accidentado sistema de traducción.

Restall se da cuenta que la puesta en escena, la retórica y performance de este encuentro tal y como es relatada por Cortés en su Segunda carta de relación, repite el argumento principal de los relatos de la firma de las Capitulaciones de Granada de 1492 por medio de las cuales los emisarios del sultán Boabdil pactaron la paz con los reyes católicos poniendo punto final a la “reconquista”: la “recuperación” de los reinos católicos de los territorios “ocupados” ilegítimamente por musulmanes desde el siglo VIII. En otras palabras, la intertextualidad que Cortés pone en marcha instaura de manera contundente un claro acto de rendición. Esta descripción no es inocua y tiene varios propósitos. Por un lado, introduce el antecedente de que el emperador mexica ha aceptado la ley castellana por lo que su incumplimiento justificará en adelante cualquier acción bélica tomada por el capitán extremeño: a partir de entonces la guerra será legal por sangrienta que fuera siempre y cuando se emplee para corregir trasgresiones legales. Por otra parte, Cortés se coloca así mismo como protagonista de un poderoso retablo épico del cual se yergue como garante de los intereses de su majestad imperial en los territorios conquistados. Astuto, ¿no?

El autor concluye que esta supuesta rendición es simplemente imposible pues, según él, basta con echar una mirada a los retorcidos protocolos en la elección de gobernantes y toma de decisiones trascendentes entre los mexicas y sus aliados para concluir que, entre ellos, esas cosas no podían hacerse así. Para el inglés se trata tan sólo de una más de las infinitas mentiras que teje la historia oficial de la conquista de México. A partir de ahí se dedica a desarticular muchos otros mitos.

El historiador dedica todo un capítulo a vapulear la figura de Hernán Cortés y su pretendida astucia política capaz de descifrar los intrincados enconos entre los pueblos mesoamericanos para utilizarlos en su favor. También pone en duda su presunto genio militar. Para Restall esos logros se debieron tanto a la información otorgada por los aliados mesoamericanos, como a la pericia de sus capitanes como Gonzalo Sandoval que al parecer era poseedor de una inteligencia castrense inusitada a demás de ser disciplinado, eficiente y discreto y sin la neurosis crónica de Pedro de Alvarado. Si hacemos caso a los contenidos de este capítulo de Restall, Cortés era un perfecto imbécil y es un verdadero milagro que pudiera montar en un barco y mantener el equilibrio a bordo.

También echa un ojo crítico a las fuentes indígenas que conservan su propia memoria de la conquista. Desde hace decenios se nos ha inculcado que éstas preservan fielmente el punto de vista mesoamericano de la tragedia. De entre estos documentos el venerable historiador Miguel León Portilla rescató aquellos que bautizó como “La visión de los vencidos”. Restall observa que muchas de esas fuentes fueron redactadas años después de consumada la victoria por indígenas cristianizados, pertenecientes a la élites que se asumían súbditos fieles del emperador y que eran los encargados de reproducir el nuevo estatus legal y cultural entre los conquistados. Por otro lado, las ideas y argumentos de muchos de estos documentos, forman parte de alegatos y peticiones de prebendas y mercedes que los pueblos recién agregados a la corona hacían a su majestad imperial (sobre todo pedían supresión de impuestos). En otras palabras: esas narrativas refuerzan el argumentario fundamental esparcido por los propios conquistadores y cronistas europeos. Por ello, el historiador las califica (o descalifica) como fuentes pseudo-indígenas.

Una vez más, insiste en que los mesoamericanos no se unieron a los conquistadores motivados por una visceral sed de venganza irracional contra los mexicas sino a partir de minuciosos cálculos políticos y militares no exentos de disensos y enfrentamientos internos (no todos los nobles de los reinos estaban de acuerdo con la alianza y hubo varios complots y hechos de sangre en la toma de decisiones). Por ello, Restall nos invita a concebir la aparición de los europeos en el paisaje mesoamericano como la continuación de las hostiles relaciones y conflictos locales centenarios. Éstos y su fuerza destructora fueron integrados y gestionados por cada pueblo según sus propios intereses. En este sentido, es muy probable que los propios tlaxcaltecas azuzaran la matanza de su antigua amiga y desleal Cholula (octubre de 1519) o del Templo Mayor de Tenochtitlán (mayo de 1520).

El historiador subraya la buena elección estratégica de los tlaxcaltecas pues, de hecho, el escenario que se abrió tras la derrota mexica los convirtió en los protagonistas de las conquistas de los actuales norte de México, la Florida y otras regiones del sur de Estados Unidos o Centroamérica (Guatemala y Honduras). Fueron fundamentales en las campañas en Filipinas y lejano oriente donde fundaron poblaciones. En definitiva vivieron en condiciones más satisfactorias de las que tenían bajo el yugo mexica (todo esto sin contar la concesión del uso del Don, su reconocimiento como hidalgos, el uso de espadas, blasones y escudos y otras vainas simbólicas que por la época eran muy importantes también incluso para los europeos). Según la historiografía reciente, será la corona quien, años más tarde, terminaría por joder por igual a conquistadores de uno y otro lado del Atlántico con impuestos injustos y limitaciones de poder.

Atención que ahora viene algo realmente bueno: Restall se niega a aceptar el relato de un emperador Moctezuma errático y pusilánime que reacciona aterrorizado ante la presencia de los invasores europeos. Para él, se trata de otra estratagema más que pretende afianzar la narrativa falaz de los conquistadores. Ahora bien, ¿por qué entonces el emperador mexica decide hospedar en sus palacios a tan peligrosos visitantes en lugar de combatirlos frontalmente desde un principio? La tesis de Restall es impagable: lo que el emperador deseaba era estudiarlos más a fondo para integrarlos a la colección de animales exóticos de su zoológico…

 

¿eh?…

¿cómo te quedaste?...

 

Espera, los argumentos que ofrece para defender esta tesis son aún más sorprendentes: … .

 

Nada... en efecto, no ofrece ningún argumento, documento, dibujito o croquis de la época; ninguna idea elaborada o mínimamente construida, que sostenga, apoye o inspire semejante explicación. El libro de Restall es así: su tono no es siempre el de un académico sereno que echa mano de argumentación fundada y documentada para proponer hipótesis cuidadosamente construidas y destinadas a resistir su discusión dentro de la comunidad de especialistas. No. El suyo, por momentos y de manera destacada, es un clamor que se repite con algunas variantes y furibunda contundencia una y otra vez a lo largo de su libro: nos han estado engañado vilmente durante 500 años; se nos ha contado una patraña histórica a la medida de la vanidad de los conquistadores europeos que han despreciado el papel de los mesoamericanos. ¿No os dais cuenta, insensatos?

La mitohistoria denunciada me parece real. Y también creo que ha llegado el momento de analizarla y desmantelarla cuidadosamente. Sin embargo, su existencia no es suficiente para demostrar algunas de sus especulaciones más mafufas ni para administrar un zoológico de seres fabulosos. Tampoco ofrece ningún respaldo a algunos de los alegatos contundentes por medio de los cuáles, en más de una ocasión, Restall parece arrogarse la facultad exclusiva de interpretar a la perfección lo que realmente quiso hacer o decir Moctezuma: el emperador que susurró sus intenciones al historiador.

Detrás de esto hay un problema más grave. La estrategia argumental de Restall y de algunos de sus seguidores mexicanos es bastante inquietante. Ésta no descansa siempre en el despliegue astuto de silogismos, el exemplum o analogías. Se basa en cierto tipo de gestión emocional que recuerda mucho las discusiones en redes sociales plagadas de “descortesía digital” y que se fundamentan en el pánico digital: hay que crear indignación generalizada y movilizar las emociones básicas de tal suerte que las tesis contrarias a lo que nos indigna sean asumidas como la única verdad posible. Me temo que ciertas estrategias de la posverdad se están colando en la discusión académica.

Restall es muy hábil para despertar tales sentimientos en momentos clave de su argumentación. En determinado momento recupera un documento de algún juicio de residencia del siglo XVI donde testifican con nombres y apellidos varios mesoamericanos cuyas familias fueron masacradas durante las guerras de conquista y ellos desplazados de sus lugares de origen antes de ser esclavizados. Uno de ellos ni siquiera sabe a qué poblado pertenecía ni cómo se llamaba originalmente pues fue secuestrado a muy temprana edad. La lectura de esto, créanme, es terrible. Es como si revisáramos la lista de los masacrados de Srebrenica en 1995. De verdad entran unas ganas incontenibles de exigir que intervenga el Tribunal Internacional de la Haya.

Sin embargo, además de que estos crímenes pudieron haber prescrito y que sus autores pueden carecer de una válida representación legal en la actualidad, encuentro otro problema en el aparato reflexivo de Restall. Las barbaridades y crueldades de los mesoamericanos son tratadas en su libro o bien desde cierto relativismo cultural (estratagema que definitivamente a los estudiosos mexicanos se les da mejor) o bien son abordadas desde una axiología occidental pero siempre minimizándose. Para él, los sacrificios humanos, la antropofagia, las colecciones de cráneos como monumentos urbanísticos y las guerras sanguinarias, por ejemplo, han sido exageradas de manera interesada por los conquistadores y la mala conciencia occidental para legitimar la conquista. Esto es muy probable por lo menos en algunos casos. Si este es la vara de medida para con los mesoamericanos, en cambio, la pulsión sanguinaria de los europeos la conceptualiza, evalúa y juzga con categorías éticas, morales y aún jurídicas (o para-jurídicas) actuales: la suya fue una “guerra de exterminio total” con la que se perpetró un “genocidio”, eso sí, “involuntario”, etc. Esto introduce por lo menos alguna disonancia epistémica que impide comprender todos los hechos nauseabundos que pasaron hace 500 años desde marcos cognoscitivos estables.

La escritura de Restall no es fina y la traducción tampoco es mejor. Sin embargo, creo que es importante leer Cuando Moctezuma conoció a Cortés. Heurísticamente es muy potente para recolocar el escenario de estudio y, desde ahí, repensarlo todo. Puede aportar mucho a los procesos de reconceptualización de estos negros episodios de la barbarie humana. Además, es un refrescante discurso distinto al que nos tiene acostumbrados la academia mexicana (a la cual, por cierto, no cita mucho que digamos). Ahora bien, creo que hay que trabajarse mejor las nuevas hipótesis y elevar el nivel del rigor y esmero intelectual. En este sentido, no veo a la comunidad historiográfica de México muy interesada en entrar en estos debates con los representantes de la Nueva Historia de la Conquista. Lo que percibo (desde una mirada lejana y superficial, desde luego) es, por un lado, la asimilación acrítica de sus alegatos y estrategias o bien, por el otro, el soslayo sistemático de sus tesis o aun de su existencia.

 

Sobre la Nueva historia de la conquista véase:

Para empezar:

Jaramillo Arango, Antonio. 2021. “La Nueva Historia de la Conquista”. Noticonquista.

Restall, Matthew. 2012. «The New Conquest History: New Conquest History». History Compass 10 (2): 151-60. https://doi.org/10.1111/j.1478-0542.2011.00822.x. Traducido al castellano aquí.

 

Para ir más a fondo:

Matthew, Laura, Laura E. Matthew, y Michel R. Oudijk. 2007. Indian conquistadors: Indigenous allies in the conquest of Mesoamerica. University of Oklahoma Press.

Restall, Matthew. 2004. Los siete mitos de la conquista española. Barcelona: Paidós.

 

Para una crítica a la “visión de los vencidos” véase este documento estupendo:

Federico Navarrete. 2021. “Tlatelolco y la falsa visión de los vencidos”. Noticonquista.

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Ver el resto de Lecturas para repensar los 500 años de la caída de Tenochtitlán

 

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