Restall es uno de los principales representantes de la llamada Nueva Historia de la Conquista; corriente
historiográfica angloparlante que propone nuevas interpretaciones sobre el
tema. Se caracteriza por dudar sistemáticamente de los relatos históricos
dominantes basados en los escritos de los propios conquistadores y sus afines.
Entre otras cosas, desmiente que la supuesta superioridad cultural y
tecnológica de los europeos fuera decisiva para las victorias bélicas y pone en
primer plano la labor de los pueblos americanos que se les unieron para
derrocar a los crueles poderes locales. Éstos no sólo proveyeron de
alimentación y apoyo logístico sino que, además de su participación en el
frente de batalla, ofrecieron información, inteligencia y espionaje así como estrategias
de combate, análisis de las rutinas militares y un diagnóstico certero de las
fisuras políticas al interior de cada uno de los pueblos de la región.
Va aun más y asegura
que los conquistadores europeos que llegaron a Mesoamérica no necesariamente
fueron lo más representativo de la Europa de la época a nivel intelectual,
cultural, tecnológico o incluso militar. Esto pone en entredicho algunas de las
tesis fundamentales de los estudios poscoloniales para quienes con la llegada
de los ibéricos a la región, simplemente desembarcó “Europa” sin matices o
particularidades (¡esto se pone bueno!). Por todo ello, para esta escuela es
indispensable reescribir esta historia que ha ignorado sistemáticamente a sus
verdaderos protagonistas: los “indios conquistadores”.
En su libro, Restall
analiza una asombrosa cantidad de documentos de la más diversa procedencia
entre los que destacan mapas, pinturas, obras de teatro, óperas, poemarios,
esquemas, libros e impresos de temas insospechados, dibujos, dedicatorias, etc.
A partir de ellos rastrea de manera convincente el proceso de construcción
europea de la concepción de América, de los imaginarios sobre las culturas y
pueblos mesoamericanos y el marco argumental que permitió comprender y
legitimar las brutales guerras de conquista. El resultado fue la convicción occidental
de que los “indios”·eran unos bárbaros inmorales y paganos que, por el bien de
todos, requerían ser civilizados.
Con estas bases
realiza una interpretación en extremo interesante del encuentro entre Moctezuma
y Cortés del 8 de noviembre de 1519. Durante su entrevista, el extremeño le
comunicó al huey tlatoani (gran rey) que venía en representación del más grande
emperador del mundo, Carlos V y le sugirió rendirle pleitesía y entregarle sus
dominios y riquezas de inmediato. Al parecer, según las crónicas de factura
europea, el monarca mexica, sensible a estos asuntos de diplomacia
intercontinental, aceptó gustoso la propuesta de inmediato. La verdad es que es
muy difícil imaginar cómo fue el diálogo entre ambos. No hay que olvidar que
para comunicarse con Moctezuma, Cortés primero pronunciaba su mensaje en
castellano al ex - náufrago Jerónimo de Aguilar quien, tras haber pasado unos
años entre mayas, dominaba ese idioma tal y como se hablaba en la península de
Yucatán. Éste le transmitía el mensaje a Malitzin que también hablaba el maya
pero su variante chontal de Tabasco que no era el mismo. Por último, esta última (cuya
lengua materna parece ser que era el popoluca) traducía el mensaje al náhuatl,
la lengua de Moctezuma. Ahora bien, el monarca mexica hablaba un náhuatl en
extremo sofisticado y culto, repleto de retruécanos argumentales, imágenes
metafóricas y acertijos poéticos a los que la admirable Malitzin no
necesariamente estaba acostumbrada (se dice que el náhuatl de la nobleza mexica
tenía una gramática distinta). Vaya usted a saber que tanto se perdió o ganó en
este accidentado sistema de traducción.
Restall se da cuenta
que la puesta en escena, la retórica y performance de este encuentro tal y como
es relatada por Cortés en su Segunda
carta de relación, repite el argumento principal de los relatos de la firma
de las Capitulaciones de Granada de 1492 por medio de las cuales los emisarios
del sultán Boabdil pactaron la paz con los reyes católicos poniendo punto final
a la “reconquista”: la “recuperación” de los reinos católicos de los
territorios “ocupados” ilegítimamente por musulmanes desde el siglo VIII. En
otras palabras, la intertextualidad que Cortés pone en marcha instaura de
manera contundente un claro acto de
rendición. Esta descripción no es inocua y tiene varios propósitos. Por un
lado, introduce el antecedente de que el emperador mexica ha aceptado la ley
castellana por lo que su incumplimiento justificará en adelante cualquier
acción bélica tomada por el capitán extremeño: a partir de entonces la guerra será
legal por sangrienta que fuera siempre y cuando se emplee para corregir trasgresiones
legales. Por otra parte, Cortés se coloca así mismo como protagonista de un poderoso
retablo épico del cual se yergue como garante de los intereses de su majestad
imperial en los territorios conquistados. Astuto, ¿no?
El autor concluye que
esta supuesta rendición es simplemente imposible pues, según él, basta con
echar una mirada a los retorcidos protocolos en la elección de gobernantes y
toma de decisiones trascendentes entre los mexicas y sus aliados para concluir
que, entre ellos, esas cosas no podían hacerse así. Para el inglés se trata tan
sólo de una más de las infinitas mentiras que teje la historia oficial de la
conquista de México. A partir de ahí se dedica a desarticular muchos otros
mitos.
El historiador
dedica todo un capítulo a vapulear la figura de Hernán Cortés y su pretendida
astucia política capaz de descifrar los intrincados enconos entre los pueblos
mesoamericanos para utilizarlos en su favor. También pone en duda su presunto
genio militar. Para Restall esos logros se debieron tanto a la información
otorgada por los aliados mesoamericanos, como a la pericia de sus capitanes
como Gonzalo Sandoval que al parecer era poseedor de una inteligencia castrense
inusitada a demás de ser disciplinado, eficiente y discreto y sin la neurosis
crónica de Pedro de Alvarado. Si hacemos caso a los contenidos de este capítulo
de Restall, Cortés era un perfecto imbécil y es un verdadero milagro que
pudiera montar en un barco y mantener el equilibrio a bordo.
También echa un ojo
crítico a las fuentes indígenas que conservan su propia memoria de la
conquista. Desde hace decenios se nos ha inculcado que éstas preservan
fielmente el punto de vista mesoamericano de la tragedia. De entre estos
documentos el venerable historiador Miguel León Portilla rescató aquellos que
bautizó como “La visión de los vencidos”. Restall observa que muchas de esas
fuentes fueron redactadas años después de consumada la victoria por indígenas
cristianizados, pertenecientes a la élites que se asumían súbditos fieles del
emperador y que eran los encargados de reproducir el nuevo estatus legal y
cultural entre los conquistados. Por otro lado, las ideas y argumentos de
muchos de estos documentos, forman parte de alegatos y peticiones de prebendas
y mercedes que los pueblos recién agregados a la corona hacían a su majestad
imperial (sobre todo pedían supresión de impuestos). En otras palabras: esas
narrativas refuerzan el argumentario fundamental esparcido por los propios
conquistadores y cronistas europeos. Por ello, el historiador las califica (o
descalifica) como fuentes pseudo-indígenas.
Una vez más, insiste
en que los mesoamericanos no se unieron a los conquistadores motivados por una
visceral sed de venganza irracional contra los mexicas sino a partir de
minuciosos cálculos políticos y militares no exentos de disensos y
enfrentamientos internos (no todos los nobles de los reinos estaban de acuerdo
con la alianza y hubo varios complots y hechos de sangre en la toma de
decisiones). Por ello, Restall nos invita a concebir la aparición de los
europeos en el paisaje mesoamericano como la continuación de las hostiles
relaciones y conflictos locales centenarios. Éstos y su fuerza destructora
fueron integrados y gestionados por cada pueblo según sus propios intereses. En
este sentido, es muy probable que los propios tlaxcaltecas azuzaran la matanza
de su antigua amiga y desleal Cholula (octubre de 1519) o del Templo Mayor de
Tenochtitlán (mayo de 1520).
El historiador
subraya la buena elección estratégica de los tlaxcaltecas pues, de hecho, el
escenario que se abrió tras la derrota mexica los convirtió en los
protagonistas de las conquistas de los actuales norte de México, la Florida y
otras regiones del sur de Estados Unidos o Centroamérica (Guatemala y Honduras).
Fueron fundamentales en las campañas en Filipinas y lejano oriente donde
fundaron poblaciones. En definitiva vivieron en condiciones más satisfactorias
de las que tenían bajo el yugo mexica (todo esto sin contar la concesión del
uso del Don, su reconocimiento como hidalgos, el uso de espadas, blasones y
escudos y otras vainas simbólicas que por la época eran muy importantes también
incluso para los europeos). Según la historiografía reciente, será la corona
quien, años más tarde, terminaría por joder por igual a conquistadores de uno y
otro lado del Atlántico con impuestos injustos y limitaciones de poder.
Atención que ahora
viene algo realmente bueno: Restall se niega a aceptar el relato de un
emperador Moctezuma errático y pusilánime que reacciona aterrorizado ante la
presencia de los invasores europeos. Para él, se trata de otra estratagema más
que pretende afianzar la narrativa falaz de los conquistadores. Ahora bien,
¿por qué entonces el emperador mexica decide hospedar en sus palacios a tan
peligrosos visitantes en lugar de combatirlos frontalmente desde un principio?
La tesis de Restall es impagable: lo que el emperador deseaba era estudiarlos
más a fondo para integrarlos a la colección de animales exóticos de su
zoológico…
¿eh?…
¿cómo te quedaste?...
Espera, los
argumentos que ofrece para defender esta tesis son aún más sorprendentes: … .
Nada... en efecto, no ofrece
ningún argumento, documento, dibujito o croquis de la época; ninguna idea
elaborada o mínimamente construida, que sostenga, apoye o inspire semejante
explicación. El libro de Restall es así: su tono no es siempre el de un
académico sereno que echa mano de argumentación fundada y documentada para
proponer hipótesis cuidadosamente construidas y destinadas a resistir su
discusión dentro de la comunidad de especialistas. No. El suyo, por momentos y
de manera destacada, es un clamor que se repite con algunas variantes y
furibunda contundencia una y otra vez a lo largo de su libro: nos han estado
engañado vilmente durante 500 años; se nos ha contado una patraña histórica a
la medida de la vanidad de los conquistadores europeos que han despreciado el
papel de los mesoamericanos. ¿No os dais cuenta, insensatos?
La mitohistoria denunciada
me parece real. Y también creo que ha llegado el momento de analizarla y desmantelarla
cuidadosamente. Sin embargo, su existencia no es suficiente para demostrar
algunas de sus especulaciones más mafufas ni para administrar un zoológico de
seres fabulosos. Tampoco ofrece ningún respaldo a algunos de los alegatos contundentes
por medio de los cuáles, en más de una ocasión, Restall parece arrogarse la
facultad exclusiva de interpretar a la perfección lo que realmente quiso hacer
o decir Moctezuma: el emperador que susurró sus intenciones al historiador.
Detrás de esto hay
un problema más grave. La estrategia argumental de Restall y de algunos de sus
seguidores mexicanos es bastante inquietante. Ésta no descansa siempre en el
despliegue astuto de silogismos, el exemplum
o analogías. Se basa en cierto tipo de gestión emocional que recuerda mucho las
discusiones en redes sociales plagadas de “descortesía digital” y que se
fundamentan en el pánico digital: hay
que crear indignación generalizada y movilizar las emociones básicas de tal
suerte que las tesis contrarias a lo que nos indigna sean asumidas como la
única verdad posible. Me temo que ciertas estrategias de la posverdad se están
colando en la discusión académica.
Restall es muy hábil
para despertar tales sentimientos en momentos clave de su argumentación. En
determinado momento recupera un documento de algún juicio de residencia del
siglo XVI donde testifican con nombres y apellidos varios mesoamericanos cuyas
familias fueron masacradas durante las guerras de conquista y ellos desplazados
de sus lugares de origen antes de ser esclavizados. Uno de ellos ni siquiera
sabe a qué poblado pertenecía ni cómo se llamaba originalmente pues fue
secuestrado a muy temprana edad. La lectura de esto, créanme, es terrible. Es
como si revisáramos la lista de los masacrados de Srebrenica en 1995. De verdad
entran unas ganas incontenibles de exigir que intervenga el Tribunal
Internacional de la Haya.
Sin embargo, además
de que estos crímenes pudieron haber prescrito y que sus autores pueden carecer
de una válida representación legal en la actualidad, encuentro otro problema en
el aparato reflexivo de Restall. Las barbaridades y crueldades de los
mesoamericanos son tratadas en su libro o bien desde cierto relativismo
cultural (estratagema que definitivamente a los estudiosos mexicanos se les da
mejor) o bien son abordadas desde una axiología occidental pero siempre
minimizándose. Para él, los sacrificios humanos, la antropofagia, las
colecciones de cráneos como monumentos urbanísticos y las guerras sanguinarias,
por ejemplo, han sido exageradas de manera interesada por los conquistadores y la
mala conciencia occidental para legitimar la conquista. Esto es muy probable por
lo menos en algunos casos. Si este es la vara de medida para con los
mesoamericanos, en cambio, la pulsión sanguinaria de los europeos la
conceptualiza, evalúa y juzga con categorías éticas, morales y aún jurídicas (o
para-jurídicas) actuales: la suya fue una “guerra de exterminio total” con la
que se perpetró un “genocidio”, eso sí, “involuntario”, etc. Esto introduce por
lo menos alguna disonancia epistémica que impide comprender todos los hechos
nauseabundos que pasaron hace 500 años desde marcos cognoscitivos estables.
La escritura de
Restall no es fina y la traducción tampoco es mejor. Sin embargo, creo que es
importante leer Cuando Moctezuma conoció
a Cortés. Heurísticamente es muy potente para recolocar el escenario de
estudio y, desde ahí, repensarlo todo. Puede aportar mucho a los procesos de
reconceptualización de estos negros episodios de la barbarie humana. Además, es
un refrescante discurso distinto al que nos tiene acostumbrados la academia
mexicana (a la cual, por cierto, no cita mucho que digamos). Ahora bien, creo
que hay que trabajarse mejor las nuevas hipótesis y elevar el nivel del rigor y
esmero intelectual. En este sentido, no veo a la comunidad historiográfica de
México muy interesada en entrar en estos debates con los representantes de la Nueva Historia de la Conquista. Lo que percibo
(desde una mirada lejana y superficial, desde luego) es, por un lado, la
asimilación acrítica de sus alegatos y estrategias o bien, por el otro, el
soslayo sistemático de sus tesis o aun de su existencia.
Sobre la Nueva historia de la conquista véase:
Para empezar:
Jaramillo Arango, Antonio.
2021. “La Nueva
Historia de la Conquista”. Noticonquista.
Restall, Matthew. 2012. «The
New Conquest History: New Conquest History». History Compass 10 (2):
151-60. https://doi.org/10.1111/j.1478-0542.2011.00822.x.
Traducido al castellano aquí.
Para ir más a fondo:
Matthew, Laura, Laura E. Matthew, y Michel R. Oudijk. 2007. Indian conquistadors: Indigenous
allies in the conquest of Mesoamerica. University of
Oklahoma Press.
Restall, Matthew.
2004. Los siete mitos de la conquista española. Barcelona: Paidós.
Para una crítica a la “visión de los vencidos” véase este
documento estupendo:
Federico Navarrete.
2021. “Tlatelolco y la falsa visión de los vencidos”. Noticonquista.
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Ver el resto de Lecturas
para repensar los 500 años de la caída de Tenochtitlán