Federico Navarrete
es investigador de la UNAM y además de
sus textos académicos, ha escrito libros de divulgación como el que nos ocupa y
el importante México Racista: una denuncia (2016). Es también autor de
la estupenda novela Huesos de Lagartija (1998) donde observa desde
el poder de la ficción los entresijos de la conquista a partir de los ojos de
un niño.
No hace falta ser un vidente para darse cuenta que no pertenece al
grupo de historiadores de la conquista consagrados que preside el venerable
Eduardo Matos Moctezuma: no suele aparecer en sus saraos. En sus escritos,
entrevistas y redes sociales, Navarrete parece permanentemente encabronado. Su
discurso de profe gruñón es hosco y tupido como una lluvia de coscorrones que
nos advierte a diestra y siniestra que el clasismo y racismo lo tenemos
inoculado hasta el tuétano.
Su libro ¿Quién conquistó México? (2019) es la respuesta y expresión
mexicana de la corriente de la Nueva historia de la Conquista. Refuerza
informaciones dadas por sus colegas angloparlantes y aporta muchos contenidos
de gran relevancia. Sin embargo, repite también algunas de sus estrategias
argumentativas basadas en la producción de indignación así como la
conceptualización desigual entre la crueldad europea y la mesoamericana. Al
igual que en Cuando Moctezuma conoció a Cortés, las primera se juzga a partir de categorías
morales o para-jurídicas actuales (“guerra colonial total” o “terrorismo
religioso”) mientras que la segunda es sublimada en el distanciamiento
intercultural que las presentan como espiritualmente inalcanzables a la
comprensión de nuestros occidentales y colonizados valores (esto último le sale
mucho mejor que a Restall. Para lo primero, en cambio, el inglés es más
solvente pues ofrece ejemplos diferentes en zonas discursivas de gran
pregnancia argumental. Navarrete, por su parte, se atasca en la palilogia: simplemente
repite una y otra vez con las mismas palabras la ruindad de los europeos sin construir
sentido de acumulación o crescendo argumental).
El libro recoge varias investigaciones realizadas por el historiador a
lo largo de muchos años. Sin embargo, algunas de sus secciones parecen terminadas
a toda prisa para llegar justo a tiempo a tiempo para del 500 aniversario del
desembarco de Cortés en 1519. Algunas ideas, la macroestructura argumentativa y
la escritura en general por momentos se notan apresuradas y algo descuidadas. Defectos
comunes en los académicos, pero no en quien ha escrito novelas. A lo largo de
los últimos dos años, Navarrete ha revisitado algunos de los temas de este libro
y los ha publicado en el proyecto Noticonquista. Algunos de estos
últimos textos, en su brevedad y concisión, me parecen que tienen mayor solvencia
y que son mejores nichos para repensar estos problemas (Noticonquista esta vinculado a la UNAM. Por ello, aunque se trata de un proyecto divulgativo, su discurso tiende a la setenidad del lenguaje académico. En cambio, el libro que nos ocupa no es un producto de la academia y abunda en juicios y términos no históricos destinados a despertar la indignación en el lector. Esto genera las contradicciones que señalaré más adelante).
De entre lo mejor del libro está su exposición del Lienzo de Tlaxcala basada en sus propias investigaciones. Se trata de la primera gran
crónica completa de la conquista elaborada por los tlaxcaltecas donde destaca
el protagonismo iconográfico de la imprescindible Malitzin. También abre
rendijas muy relevantes que nos invitan a comprender, aunque sea en forma de
conjeturas, cómo pudo ser el proceso de asimilación mesoamericana de esos bichos
raros llegados de ultramar. Ahora bien, la comparación de la conducta del capitán
Cook en Hawái con la de los españoles en Mesoamérica y la elevación del dicho
“Mi casa es su casa” a categoría histórica para explicar la conquista como un abuso
de hospitalidad, no son precisamente memorables.
Le dedica todo un capítulo a la figura de Malitzin: la mujer decisiva
en esta historia que muy probablemente tuvo una agenda política propia que
gestionó con gran maestría. En esta sección, de orientación sofocantemente moralista,
podemos apreciar sus grandes esfuerzos por concitar la indignación del lector.
Se escandaliza de que pensadores como Octavio Paz la hayan “humillado”, “insultado”
e incluso, tratado como a una “prostituta”. Desborda en cólera cuando nos
recuerda que la traductora fue esclavizada por Cortés y sus hombres con fines
sexuales. Sin embargo, el dispositivo de indignación pasa por alto hechos muy
importantes.
Por ejemplo, que la mujer fue regalada a los europeos junto con otras
esclavas como ofrenda de paz por los vencidos en la batalla de Centla. Y mucho
antes de eso, cuando era aún niña, ya había sido vendida como esclava por su
madre y un padrastro egoísta que no quería compartir con su hijastra su herencia
y elevada posición social. En otras palabras, su condición de esclava fue
perpetrada por los propios mesoamericanos. Es cierto que Cortés y sus huestes
pudieron haberla liberado y contratarla, por ejemplo, como becaria; cosa que no
hicieron. Pero lo relevante para esta revisión es que aquí comienza a asomar un
disonante patrón de razonamiento que es necesario revisar más a fondo.
La reinterpretación histórica que hacen Navarrete y sus colegas de la Nueva
historia de la conquista necesariamente derriba el tradicional esquema que contraponía
“indígenas” vs. “españoles” como principal fuerza narrativa de esta historia. Por
ello, uno esperaría que la matriz de razonamiento dominante en este libro se basase
en nuevas oposiciones como la de “ejércitos indohispánicos” vs. “mexicas”. Sin
embargo, todos los planteos y alegatos del libro que nos ocupa permanecen
fieles a la oposición primera. Como intentaré demostrar, me parece que eso puede
obstaculizar el proyecto de reinterpretación propuesto por la nueva
historiografía.
En ¿Quién conquistó México? los mesoamericanos son presentados
como un conglomerado homogéneo, con una cultura, imaginarios y valores comunes
sin importar sus orígenes, lugar de residencia, lenguas, etnia, vestimentas y
atavíos y, sobre todo, sus sangrientas enemistades proverbiales: no hace
distinción de bandos.[1]
Por otro lado, se exalta su espiritualidad, comunión con el cosmos y la
naturaleza y su ejercicio de los más altos valores humanos. Todo esto contrasta
duramente con la arrogancia, brutalidad, racismo y eurocentrismo de los
ibéricos que además no se lavaban y decían palabrotas.
Este movimiento de Navarrete recuerda el primer gesto deconstructor de
Derrida según el cual, para rearticular un artefacto de significación, hay que
invertir los valores de las oposiciones que lo sustentan. En efecto, ahora los
mesoamericanos son concebidos como una alta y refinada cultura en
contraposición con el salvajismo de los conquistadores europeos. Esta operación
tiene mucho sentido y me parece sumamente pertinente. Creo que se puede y se
debe observar esta historia también desde esta perspectiva. Pero para la
deconstrucción total, dice Derrida, hace falta aplicar un segundo gesto:
promover la emergencia de nuevos conceptos que aporten valoraciones y
significados inéditos al entramado de tal suerte que se desarticule la
oposición binaria original.
El libro no da este último paso y me temo que a mediano plazo puede
producir fuertes rupturas lógicas en toda su argumentación. Al detenerse en el
primer gesto, se corre el riesgo de volver a ciertos ideologemas de los cuales
depende la concepción tradicional de la conquista que quiere ver a los
mesoamericanos como víctimas pasivas de la desmesurada y sangrienta ambición de
los conquistadores. Este movimiento si bien garantiza cierta identificación con
sus lectores, obstaculiza la reconceptualización de este proceso histórico a
partir de la asunción de mayor capacidad de agencia y empoderamiento de los
mesoamericanos.
Pongo un ejemplo. Navarrete, una vez más, enfatiza que la alianza entre
europeos y mesoamericanos contra los mexicas era horizontal, de igual a igual:
los locales no fueron sirvientes a la orden de los foráneos. De este modo,
destaca el papel de tlaxcaltecas y otros pueblos como informantes, guías,
cargadores, proveedores de alimento, agentes de espionaje e inteligencia y determinantes
para elegir objetivos militares a su conveniencia. También los imagina
dirigiendo las negociaciones con otros grupos mesoamericanos para integrase al
ejército de coalición contra los mexicas e incluso les concede un papel central
en el proceso de construcción del orden colonial posterior a 1521. Pero en una
campaña bélica, algo falta ¿no?
En una sección del libro, el historiador explica el papel civilizador
que pudieron tener las tareas de alimentación. Menciona investigaciones
antropológicas recientes en las que se ha constatado que para ciertas
comunidades tradicionales actuales, el consumo de maíz es considerado como un
factor civilizador fundamental, un agente formador del ser humano sin el cual
los individuos permanecerían en estado salvaje. Inspirándose en ello, Navarrete
conjetura que los antiguos mesoamericanos, al alimentar a los europeos, estaban
también domesticándolos, convirtiéndolos en seres humanos de acuerdo a su
propia noción de civilidad.
La idea es hermosa aunque carezca de fuentes históricas que la
respalden. La tarea de alimentar a los ejércitos aliados a lo largo de sus desplazamientos
por las orillas del lago de Texcoco seguramente fue toda una epopeya. Sin
embargo, no deja de ser una labor logística de retaguardia. Aquí no se aprecia
esa horizontalidad en las relaciones de la alianza entre europeos y locales que
se quiere demostrar. Donde se podría observar mejor este pacto entre iguales es
en la organización en el frente de batalla: su objetivo final.
No son muchas, pero hay algunas fuentes que describen algunos aspectos
de la coordinación entre mesoamericanos y europeos en algunos de los aspectos
más sangrientos de las batallas previas al sitio de Tenochtitlán. Por ejemplo,
los primeros trepaban ágilmente a techos y tejados donde se apostaban francotiradores
(de piedras, dardos o flechas), pero también donde se refugiaban viejos,
mujeres y niños. Con sus garrotes dentados de afilada obsidiana (macuahuitl)
golpeaban y tiraban a tierra a sus víctimas sin distinción alguna. Ahí eran ultimadas
por las espadas de los ibéricos que aguardaban su turno en una coreografía
macabra perfectamente sincronizada.
Este tipo de acontecimientos, sin embargo, están ausentes del libro de
Navarrete pues el discurso de indignación del cual dependen muchos de sus
argumentos no puede asimilar postales de mesoamericanos participando del baño
de sangre que ahogó a la región. Su presencia atentaría contra el esquema explicativo
enarbolado sobre la idea de mesoamericanos nobles e ingrávidos victimados por la
furia de los españoles malvados. Pero aceptar, apreciar y aún analizar actos horribles
como este, en mi opinión, debe formar parte fundamental en ese proceso de
reconceptualización de la conquista. De otra manera sería imposible responder a
la pregunta que propone el libro: “¿Quién contestó México?”
Ahora bien, si se incluyesen estas imágenes, la responsabilidad de la
“guerra colonial total” ya no recaería exclusivamente sobre los ibéricos.
Automáticamente se iniciaría un repartimiento de culpas históricas sobre los
propios mesoamericanos. Este ejercicio puede ser interesante a todos los
efectos para desatar nuevas formas de comprensión y, sobre todo, de
identificación con ese acontecimiento histórico. ¿Qué pasaría si los mexicanos
descubren que no son víctimas de la conquista sino sus cómplices? O mejor aún, que
se tomase conciencia de que el ejercicio de identificar a México y el ser
mexicano exclusivamente con la suerte de los mexicas es un abuso sin sentido. De
hecho, ese proceso ya empezó con la nueva intelectualidad que está creciendo en
el seno de los “pueblos originarios”. Muy interesante. Bueno…. también se
correría el riesgo de que algún descerebrado fundamentalista quiera quemar
Tlaxcala y nos prive de sus hermosas iglesias, sus míticas nieves de limón y el
mole de huitlacoche.
La empresa de reinterpretación de la conquista de Navarrete puede
entrar en conflicto con algunos de los objetivos explícitos de su libro. Pongamos
por ejemplo su pretensión de trazar una trayectoria única que una el
sometimiento mesoamericano de hace medio milenio con las injusticias del México
actual. Para el autor, las nuevas interpretaciones de la conquista no sólo transformarían
la subjetividad de derrota mitológica en la que permanecen atrapados muchos mexicanos.
Más aún, les haría comprender que la conquista no sólo no fue inevitable sino
que, es más, ni siquiera es irreversible pues aun no ha sido culminada definitivamente.
¡Se puede evitar! Para el autor, “criticar a los conquistadores de antaño es
una manera indirecta de criticar a los dominadores de hoy”. De este modo, la
conquista deja de ser un problema histórico para convertirse en un tema de
lucha social.
No estoy seguro de la coherencia de estos axiomas. En lo personal
pienso que para enfrentar las injusticias sociales actuales se requieren
instrumentos de diagnóstico y acciones de lucha diferentes a las que puede
ofrecer una nueva exégesis histórica. El riesgo es que los objetivos e
instrumentos de una batalla puedan entorpecer los de la otra. Pelearse contra
el pasado tan solo nos sume en la melancolía más improductiva… e incrementa la
factura de la terapia. Pero bien puedo estar muy equivocado.
Sea como fuere, hay una zona del discurso de Navarrete en este y otros
escritos que parece dominada por una serie de contradicciones o callejones sin
salida identitarios que deliberadamente no aborda. Me parece que es
completamente consciente de ello. Esto sólo puede ser señal de que en breve nos
ofrecerá nuevas y emocionantes rutas de pensamiento.
Para el lienzo
de Tlaxcala no deje de consultarse:
Federico Navarrete. 2021. “La memoria
tlaxcalteca de la conquista”, Noticonquista.
Publicaciones de
Federico Navarrete
Conferencia: ¿Quién conquistó México? Nuevas respuestas a
una vieja pregunta.
[1] Siempre me pareció sospechoso que se tratase al mundo mesoamericano como una sólida unidad cultural. Es como si consideráramos que el Ku Klux Klan, los monjes del Monte Athos, la iglesia copta egipcia, el coro góspel The Mississippi Mass Choir, las comunidades evangélicas de Chiapas, miembros de La Iglesia Adventista del Séptimo Día, feligreses de una parroquia calvinista de los Países Bajos y el Papa Francisco, pertenecen al mismo grupo cultural sólo porque todos veneran al mismo dios.
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