El mestizaje bélico: Vencer o morir: Una historia militar de la
conquista de México (2021) de
Antonio Espino López.
Este libro del profesor de la Autónoma de Barcelona Antonio Espino López funciona muy bien para situar en una línea de tiempo coherente los enrevesados hechos de la conquista. Se agradece su extremo esmero en la escritura de nombres y topónimos de la región cosa que se suele dificultar mucho de este lado del Atlántico. Esto, aunado a los eficientes mapas que incluye, posibilita el seguimiento cronológico de acontecimientos y batallas desde el desembarco de Cortés el 21 de abril de 1519 hasta la caída de Tenochtitlán y Tlatelolco el 13 de agosto de 1521.
Su abundante documentación incluye referencias eficaces a múltiples fuentes
primarias y a diferente producción académica latinoamericana y mexicana. Es un
excelente recurso de inicio para saltar a bibliografía más específica. Su escritura
es moderna, despojada de muchos de los prejuicios que padecen los clásicos
libros de Prescott (Historia de la
conquista de México, 1843) o de Hugh Thomas (La conquista de México, 1993). En su relato aparecen descritos en
detalle y con frialdad batallas y actos sangrientos de todos los bandos. Ahora
bien, esto no esconde, por supuesto, su posición de sujeto: en este libro, Cortés
es un empedernido pacifista que prefiere pactos antes que actos de sangre y es un
caballero honorable que siempre cumplió sus promesas a sus aliados.
Destaca el análisis que
hace de algunas estrategias militares. Coincide con varios estudiosos recientes
en que ni los cañones ni los caballos significaron gran ventaja para los
europeos y sus aliados. Lo que dotó de mayor eficacia en el campo de batalla a
la coalición ibero-mesoamericana fueron las ballestas debido a su alcance y fina
puntería. Se coordinaban a la perfección con los disparos de arcabuces que las
precedían y las escaramuzas cuerpo a cuerpo que las continuaban. Otros
estudiosos conceden a las espadas también un factor de superioridad en la
tecnología bélica. Por ello, los mesoamericanos de ambos bandos aprendieron
pronto a usarlas. El mestizaje militar fue rapidísimo y al parecer los ibéricos
también comenzaron a adoptar estrategias y armamento local (pero de eso no habla
este libro).
En algún momento echa
un vistazo al sistema militar mexica (aquí no entendí bien sus fuentes). En una
sociedad con clases sociales herméticas y bien definidas, el único motor de
ascenso social posible para los macehuales (pringados como tú o yo) era
destacar en el campo de batalla. Había un sistema de puntos que obtenían según el
número de enemigos que lograban capturar para ser sacrificados en rituales
posteriores. En Mesoamérica matar al adversario puntuaba poco: el objetivo era capturarlos
con vida para la realización de sus interminables (y por cierto, inútiles)
sacrificios sangrientos. Era muy difícil retener a un cautivo mientras
intentaban apresar a otro. Por ello, los más experimentados llevaban asistentes
y desarrollaron técnicas que les permitía capturar hasta 5 o 6 prisioneros por
batalla.
Dependiendo de los prisioneros que se registraran en determinado número de
años, los soldados podían acceder a los dos cuerpos de élite: los caballeros
Águila o los caballeros Jaguar (sí, todo esto se parece demasiado al sistema de
evaluación de la academia moderna). Estas dos órdenes eran las únicas fuerzas
militares regulares. Los grandes ejércitos se formaban para guerras puntuales fundamentalmente
con agricultores y artesanos. Por ello las gestas bélicas no solían durar
demasiado pues el impacto en la economía era altísimo. Se dice que los mexicas
tuvieron la oportunidad de acabar con el mismísimo Cortés hasta en dos
ocasiones. Sin embargo, como el máximo honor para un soldado sería apresarlo
con vida para luego sacrificarlo a Huitzilopochtli y comérselo en un rico
pozole ritual, la intentona de capturarlo vivito y coleando terminó por darle
oportunidades de escape que el escurridizo extremeño supo aprovechar.
Antonio Espino se
une a los especialistas que señalan la posibilidad de que varias acciones
bélicas estuvieran instigadas por los aliados tlaxcaltecas: éstos no se
limitaron a recibir órdenes de los europeos, sino que, siguiendo sus propios
intereses, propiciaron fulminantes batallas preventivas sobre poblaciones
enemigas ya sea por venganza o para lograr una mejor posición estratégica
dentro de los posibles escenarios posteriores a la derrota mexica. En otras
palabras: la alianza entre mesoamericanos y europeos no se debió, como se suele
pensar, a viscerales deseos revanchistas contra los hostigadores tenochcas, sino
a concienzudos cálculos militares y políticos de los líderes locales.
Señala también que
los grupos de élite tlaxcaltecas eran colocados en la retaguardia pues eran los
únicos capaces de evitar que los enemigos hicieran prisioneros durante las
maniobras de retirada. Eso molestó un poco a los capitanes mesoamericanos que desde
luego querían ir al frente. Sin embargo, pronto comprendieron que se trataba de
posiciones en extremo delicadas.
Explica también por
qué los mexicas no ultimaron definitivamente a sus enemigos durante la batalla
de la noche triste (30 de junio- 1 de
julio de 1520). Los europeos y sus aliados intentaban huir de Tenochtitlán
cuando fueron descubiertos y atacados con ferocidad. Los tenochcas lograron
romper el acceso a tierra firme haciendo que un grupo considerable de enemigos
retrocediera hasta las pirámides del templo mayor. Los ibéricos habían
aprendido que la ruda piedra de templos y pirámides ofrecía el mejor parapeto
defensivo en caso de batallas frontales. Los guerreros mexicas se percataron
que las fuerzas enemigas se estaban reagrupando a su retaguardia lo cual era en
extremo peligroso pues podrían contraatacarles por la espalda. Por eso
decidieron disminuir la intensidad de las hostilidades al frente (lo que salvó
la vida de, entre otros, Pedro de Alvarado, cuyo regimiento fue uno de los
últimos en salir de la ciudad lacustre) y regresar a ultimar a los replegados:
no quedó ni uno sólo de ellos; pero el resto logró escapar.
El libro recoge
además incidentes muy curiosos como los insultos que se lanzaban mesoamericanos
rivales: “¡Sois tan despreciables que cuando os ganemos ni siquiera os vamos a
comer!”. O el encuentro con fieros guerreros ataviados como dioses que salían
al paso de los ejércitos de la coalición en medio de polvorientos caminos para
luego perderse entre las milpas entre arengas y gritos incomprensibles.
Sobre la cultura y prácticas militares mesoamericanas véase
los trabajos y conferencias online de Marco
Cervera Obregón:
Cervera, Marco
Antonio. 2007a. El armamento entre los mexicas. Vol. 11. Editorial
CSIC-CSIC Press.
———. 2007b. «El"
macuáhuitl", un arma del posclásico tardío en Mesoamérica». Arqueología
mexicana 14 (84): 60-65.
———. 2011. Guerreros aztecas. Madrid: Nowtilus.
———. 2019. «La batalla de Tecóac, Tlaxcala y los enfrentamientos hispano
otomíes, una visión desde la perspectiva de la historia militar.» Revista
Chicomoztoc 1 (1).
3museosNL. 2020. Marco
Cervera Obregón: Análisis de los sistemas de armamento hispano-indígena en la
conquista de México. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=qTpzpSDbCJA&t=5s.
El Colegio
Mexiquense, A.C. 2020. Conferencia: «La guerra en la Mesoamérica del
Altiplano Central». YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=pt2d3jnNL-8&t=3165s.
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