12 de febrero de 2022

"El Testigo" (2004) de Juan Villoro

Puede ser que "El Testigo" (2004) de Juan Villoro sea la primera novela rusa escrita en México. Me explico: es que tiene tantos personajes, peripecias, situaciones y circunstancias que parece uno de esos interminables pero deliciosos clásicos eslavos. En efecto, al igual que el cine mexicano de la primera década del 2000, esta novela parece querer abordarlo todo, decirlo todo y reflejar todos los problemas del país norteamericano de aquella época.


De lo más logrado, sin duda, es el retrato de esa subjetividad conservadora que emergió en la escena pública con particular ahínco de la mano de la transición democrática y el ascenso de la derecha al poder en el México del año 2000. La novela captura de manera muy eficaz su afán de reconstruir sus referentes culturales, en este caso el poeta López Velarde, y de revisar aquellos momentos de la historia reciente del país que fueron invisibilizados por las narrativas de la historia oficial como la injustamente olvidada Revolución Cristera.

Cómo siempre, el lenguaje encuentra en Villoro unas sutilezas portentosas. Los diálogos entre los personajes y, sobre todo, los comentarios de la voz narradora sobre el gesto o emoción experimentada por cada interlocutor al decir o escuchar determinada frase, nos permiten atisbar de un solo golpe la complejidad de cada personaje y la inconmensurabilidad de cada situación. Hacen coprensible la ininteligible naturaleza de los seres humanos: la contradicción que habita en cada una de nuestras decisiones, acciones u omisiones.

Como en toda la obra de Villoro, en "El Testigo" hay frases, palabras y expresiones que condensan en sí mismas varios tratados de filosofía o cientos de etnografías y estudios culturales. Dan cuenta, en un parpadeo, de toda una cosmovisión.

El libro, de una prosa tan eficiente como bella, realiza la proeza de mantenernos atados por varios cientos de páginas a la suerte de un protagonista tan antipático como repelente.

Definitivamente le sobran personajes, situaciones, escenas y momentos. Sin embargo, esto no mengua su altísimo nivel. Muestra por qué Roberto Bolaño consideró a Villoro uno de los pocos escritores en castellano dignos de ese apelativo.

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