Gérard Genette (París,
7 de junio de 1930 – 11 de mayo de 2018) se largó de este mundo con una discreción
profundamente injusta. Sus teorías narratológicas, pero sobre todo su trabajo
sobre la architextualidad,
llenaron de conceptos eficaces, productivos y muy útiles las cabezas de miles
de estudiantes de todas las ramas del conocimiento que tienen algo que ver con
fenómenos narrativos (exceptuando el mundo de las Narrativas
Transmedia que llaman paratexto
a cualquier cosa).
Como toda teoría de las humanidades recientes, sus
construcciones se vieron reducidas a un elenco de tipologías populares que resistieron y resisten aún una amplia gama
de retruécanos y cambios de sentido circunstanciales e idiosincráticos.
Sin embargo, su obra que más
me inquietó fueron sus dos volúmenes L'Œuvre de l'art. (Immanence
et transcendance, 1994 y La
relation esthétique, 1997). Los leí como literatura de recreo, para distraer
la cabeza mientras terminaba mi tesis doctoral. Era la primera vez que me
enfrentaba a la ontología de las obras de arte fuera de la música y la verdad
me perturbó demasiado. Además, siempre es fascinante descubrir la envergadura
intelectual de algún semiótico cuando escribe fuera de ese marco de referencia.
Con el tiempo usé algunos de sus fragmentos y conceptos para mis clases de
estética de la música y para algunos artículos en los que comenzaba a arañar el problema de la intertextualidad en música (en los que, por supuesto, traicioné sus
definiciones una, otra y otra vez). Pero siempre me cautivó el tipo de edificio
que intentaba construir, tan firme y frágil a la vez.
Para el segundo capítulo de Música
dispersa no dudé en traerlo a mi mesa de trabajo y dedicarle por fin el
análisis que había postergado durante tantos años. Por fin pude comprender mis
disonancias cognitivas para con su trabajo. Entendí que su esfuerzo por
combinar el nominalismo de Goodman con el idealismo centroeuropeo le propinaban
más de un coscorrón epistémico a sus alegatos poniéndolos en riesgo constante de
caer en el eclecticismo metodológico: !por eso gusta tanto en Latinoamérica!.
Pero también, he de admitir, abren oxigenantes rutas de reflexión.
Su estudio me tomó mucho más
tiempo y páginas de las esperadas y en un momento tuve la tentación
de extirparlo del libro. Al final decidí dedicarle un espacio muy amplio en la
sección 2.2. "Una obra y muchos seres". Fue muy difícil tomar la decisión
y agradezco a los editores que me dieran absoluta libertad. Tuve varias razones
para acogerlo. La primera es que se trataba del prácticamente único autor no
anglofono que incluía en la sección y que me permitía reflexionar a fondo
sobre el tema. La segunda es que si bien su recepción fue demasiado discreta
sobre todo en el mundo angloparlante, en Iberoamérica se le tomó muy en serio. La
tercera es que era algo que le debía a Genette. El mejor homenaje que se le
puede hacer a un autor que amas es regalarle tu lectura a profundidad con irrevocable
espíritu crítico.
Miles de fichas de lectura,
tarjetas y esquemas después, estoy muy contento de haberle dedicado tanto
tiempo. Ese paso era necesario para mí, para saldar mi deuda intelectual con él, para recordar
por siempre sus inmensas enseñanzas y, por supuesto, para olvidar por fin y hasta
nunca el horrible tema de la ontología del arte.