18 de noviembre de 2019

La Habana cumple 500


La Habana cumplió sus primeros quinientos años hace unos días y no es fácil ignorarlo. Quién podría ante ese portento de la "estática milagrosa" que inexplicablemente la mantiene en pie.

Urbi et orbi del Caribe que en ciertos atardeceres hace gala de una dignidad que nadie ha podido arrebatarle en todos estos años. Pero en las mañanas claras olorosas a café, tabaco y combustible mal carburado, no puede esconder la decrepitud impuesta por la implacable historia.

Entre los fantasiosos herrajes retorcidos de la calle San Rafael fui engullido por una trigueña de ojos angelicales y escupido por el travesti más hermoso de la tierra. Ahí fui repartero, yuma, friki, maceta, jinetero, artesano y corredor de arte.

Entre las decenas de logias masónicas del centro donde hasta hace algunos años ondeaba la bandera republicana española, casi fui desposado por una hija de Ochún y esposado por la Policía Nacional Revolucionaria.

Al compás de los cueros que retumban en los callejones de la Habana vieja se me trepó el santo... y 9 niches en el 13 plantas de Zanja, ente Hospital y Espada.

Leí a Cabrera Infante en la Plaza de la Madre de la Víbora, perseguí timberos en los bailes de la Plaza Roja y perdí varios amigos en los baches de Lawton.

En los días de lluvia naufragué irremediablemente en las veredas de San Agustín y crucé cientos de veces la 23 bebiendo ron sobre esas bicicletas chinas que no frenaban con cuatro gotas sobre el pavimento. Ahí fui amado, maldecido, leído, citado, plagiado y memetizado.

Paladarcito del Vedado, con cajita de ropa vieja y juguito de fruta bomba viendo la telenovela brasileña de las ocho. Portentosa ciudad que conserva su orgullo en tejados y portales, en las calles empedradas o en su literatura; pero que lo pierde de vez en vez a cambio de un par de fulas.

Acertijo indescifrable que siempre abandono entre lágrimas prometiéndome no volver más… y al que irremediablemente siempre retorno.

¡Muy feliz cumpleaños tenga usted!



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