Esa mañana hacía cola para comprar
mi roscón de reyes en L’ Obrador dels 15: la panadería más experimental del
barrio. Delante de mí, doña Ágata y doña Nuria, mi vecina del 3º 2ª, charlaban animadamente
sobre la película Maestro (2023); el
bioptic sobre Leonard Bernstein de Bradley Cooper.
La primera expresaba una suerte de epifanía: la película le había dejado claro
que "la obra sinfónica del maestro no se puede entender sin su producción
en el ámbito de la comedia musical". Mi vecina, por su parte, resaltaba
una escena dramática: un plano estático extremadamente abierto con una
composición exquisita estructurada por el color del inmobiliario y sin música.
Bernstein y su esposa discutían. En el momento más álgido de la disputa el
espacio se obscureció por la sombra de un gigante Snoopy aerostático que,
flotando en el exterior, asomó por la ventana. "Gran plano que dice mucho
sobre la cultura estadounidense" sentenció.
De pronto su tono de voz cambió.
— Lo que me tiene hasta las narices son las opiniones de músicos y musicólogos.
—Se quejó mientras la seño Ágata asentía y señalaba a la dependienta ese roscón
con coronita ladeada y nata rebosante… El mismo al que yo le estaba echado ojo
desde que llegué. ¡Cuyons!, ¡me lo ganó la maldita!!
Nuria continuó: Se quejan de todo. Que si no contó tal o cual anécdota; que la
película traiciona al verdadero espíritu de Bernstein (¡como si ellos lo
supieran!); que si no mostró su faceta de divulgador; que en realidad quería
ser como Mahler y lo de la comedia musical lo hizo solo para ganarse la vida y
a regañadientes; que la narizota con que caracterizan al prontagonista acusa
sesgos antisemitas; que sus gestos de director de orquesta no son realistas…
¡realistas!... ¡realistas!!! No me jodas: ellos que lloran como magdalenas
cuando ven a Jessy Norman con sus cincuenta afroamericanos añotes encarnando el
papel de la joven y liviana Isolda en la ópera de Wagner… ¡realistaaaaaa mi
bendito *%#*$!!!
— Está gente no acaba de entender que cuando la música suena o es representada
en el audiovisual deja de ser música para ser un ingrediente de otra forma
artística que posee su propia lógica. —Completó Doña Ágata.
— ¡Exacto!!!! —continuó mi vecina, —nos quieren imponer sus fantasías y
sistemas de valores. Parece mentira, pero esta gente no escucha, no presta
atención, simplemente se limita a reconocer. Si lo que perciben se ajusta a sus
prejuicios entonces está bien. Son incapaces de degustar lo que no han probado
antes: sólo pueden ser testigos de lo que ya saben. No ven cine ni nada: sólo buscan
espejos en todos lados.
Entonces mi vecina giro su rostro, me miró y me reconoció. Sus ojos se tornaron
diabólicos mientras tomaba una chapara del mostrador. Apuntándome fieramente
con la barra de trigo me gritó:
¡Pero qué demonios queréis! Ya han reducido la música a un rito funerario del
que todo mundo huye; donde todos van de negro y siempre tocan lo mismo de la
misma manera una y otra vez. Ahí no sonríe ni el Joker. ¿Ahora quieren cargarse
también el cine?
Me quedé helado. No supe que hacer. De pronto, un destello inesperado me
deslumbró. No sé si cayó un rayo, aterrizaron los reyes magos o me había roto
la crujiente chapata sobre mi crujiente cabeza. ¡Ouch! ¡Era del día anterior y
ya estaba durísima!
En eso entró Don Roger del 4º, 1a. No sé por qué su bastón de cuatro patas y el
carrito donde transporta su oxígeno me parecieron lo suficientemente firmes
como para apoyarme en él y saltar haciendo un split de 180 grados y girar al
compás de “New York, New York, what a beautiful town”.
Entonces, agazapado, desafiante, chasqueando los dedos de ambas manos y
silbando la famosa melodía de la escena de la pelea de los Jets vs. los Sharks
de West Side Story, me fui alejando
lentamente sin dar la espalda a ese par de asesinas. Salí del establecimiento y
corrí hasta mi casa sin parar… y sin roscón. Carajo, si a mí ni me interesa el
maldito Bernstein. Esa tarde merendamos Donuts y vimos el Rey León. Los clásicos siempre nos ofrecen refugio.
— El próximo primero de enero en lugar del concierto de Año Nuevo me pondré el Rodeo de Aaron Copland, canciones de West Side Story de Bernstein y el Danzón 2 de Arturo Márquez". —Me
prometí mientras sobaba mi chichón.