1. Introducción
A finales de
diciembre de 2020 se estrenó la serie documental Rompan todo: La historia del rock en América Latina (Talarico 2020). El pretencioso
título, algunos de sus contenidos y las fechas de lanzamiento (vacaciones
navideñas) entre otras cosas, propiciaron intensas discusiones entre sus
espectadores. Se le criticó, por ejemplo, la completa exclusión de bandas
brasileñas; la en ocasiones caprichosa e incompleta selección de bandas
abordadas; su deficiente documentación previa; la elección de personas
entrevistadas; la ausencia de testimonios de especialistas en historia y
estudios académicos; la exclusión de mujeres en el relato principal o el
destacar proyectos relacionados con alguno de los productores del documental.
Por ello, muchos comentaristas no dudaron en calificar la serie como afectada
de subjetividad. Mi colega y amigo Julio Mendívil observó la insuficiencia
de este último adjetivo pues la subjetividad es una característica de la investigación
incluso la que realizamos los y las académicas profesionales: “¿qué creen que
hacen las historias? Pues justamente eso: ser subjetivas…” (Mendívil 2020).
La noción de subjetividad
como juicio sobre cualquier artefacto epistémico ya sea un libro, un artículo
académico, un documental masivo o cualquier otro dispositivo que construya y
comunique conocimiento; se fundamenta en la limitada oposición binaria objetivo-subjetivo.
Los principios que sustentan está dicotomía antagónica son en extremo frágiles
y dependen más de creencias que de criterios analíticos. Uno de los muchos
problemas que ofrece su empleo indiscriminado es que no sólo dificulta un
diagnóstico profundo sobre las deficiencias específicas de cualquier
comunicación epistémica, sino que las encubre: nos impide observar con claridad
las fisuras de la argumentación o afirmaciones que se hacen sobre un objeto de
estudio. Detrás del epíteto “subjetividad” se esconden problemas más específicos
de la comunicación académica como la arbitrariedad, los sesgos, la negligencia,
la tendenciosidad, etc. Distinguir este tipo de problemas es importante en el
trabajo académico porque sin ello no podemos identificar dónde está el fallo en
el dispositivo, enmendarlo u ofrecer contraargumentos más eficaces para
desecharlo.
Pese a que esta dicotomía está sujeta a discusión desde el último tercio del siglo XX, el público en general y aun académicos profesionales siguen usándola a diestra y siniestra impidiendo una comprensión más justa sobre el funcionamiento de la producción de conocimiento. En la Música cuenta expuse que la subjetividad no es un resabio o defecto residual de la investigación en las humanidades, sino una condición consustancial a ésta. Para quienes trabajamos en el ámbito de la investigación académica profesional en esta área, es importante conocer sus características y funcionamiento a niveles sutiles. Este texto sólo aborda algunos elementos generales. Una discusión a fondo sobre este tema es mucho más compleja y seguramente le dedicaré algún artículo más formal. Comencemos por analizar nuestras creencias y prejuicios sobre las nociones de objetividad y subjetividad.
Nuestras creencias sobre la objetividad se fundamentan en el principio de que los objetos del mundo tienen propiedades que son independientes de las posibilidades y limitaciones perceptuales de quien los observa. Por ello, creemos, éstas son estables y tienen la capacidad de ser medidas o computadas. Siguiendo este ideologema, creemos que sólo es posible hacer una investigación solvente si somos capaces de capturar estas propiedades inmanentes y autónomas y si logramos superar nuestras limitaciones perceptuales. Como complemento, asumimos que todas nuestras construcciones teóricas, incluyendo categorías y conceptos, se limitan a representar fielmente las cualidades de los objetos estudiados. Si existe una realidad objetiva, entonces podemos decir cosas objetivas sobre ella y valorarla con juicios de verdad absolutos: nuestras tesis serán verdaderas o falsas, sin más. La ciencia provee el método para llegar a esta objetividad librándonos de nuestras limitaciones perceptuales y subjetivas: la objetividad es el medio de la racionalidad (Lakoff y Johnson 1998, 229-31).
Por otro lado, creemos
que la subjetividad se relaciona con percepciones e intuiciones individuales,
solipsistas incluso, que guían nuestra conducta y juicio. Asumimos que prioriza
los sentimientos, intuición y espiritualidad sobre la razón, ofreciendo
resistencia al pensamiento lógico-racional: es el medio ideal de la imaginación
(Lakoff y Johnson 1998, 231-32). De este modo, consideramos que la subjetividad
mina la razón e invalida una investigación académica solvente: es un obstáculo en
el propósito de alcanzar la verdad. Por ello, hay que eliminarla o al menos
evitarla.
No tengo espacio
aquí para discutir en profundidad cada una de estas creencias y mostrar su
inconsistencia y fragilidad. Por el momento abordaré el problema de la manera
siguiente. Consideremos estas dos expresiones que representan dos fenómenos del
mundo: 1) La silla de trabajo que estoy usando en este momento mide 53
centímetros del suelo al asiento. 2) Esta es una de las mejores sillas de
trabajo que he tenido en toda mi vida. Estoy muy contento con ella pues puedo
estar horas escribiendo cómodamente sin sentir molestias en la espalda y con
sus ruedas soy capaz de deslizarme de forma rápida y divertida hasta alguna de
las estanterías de mi estudio para tomar el libro que necesito en ese preciso
momento. El aserto 1 es un dato objetivo. Cualquiera que mida mi silla debería obtener
la misma cantidad. Por el contrario, el aserto 2 es una opinión subjetiva. No
se limita a expresar cualidades inherentes. Comunica experiencias personales,
emociones y sensaciones. ¿Qué tipo de investigación podríamos hacer en música
si nos limitásemos a estudiar elementos como los del aserto 1? Las gran mayoría
de los problemas de investigación de los que nos ocupamos en la investigación
humanística de la música son mucho más complejos y se parecen más al segundo
aserto. En efecto, nos encargamos de preguntas como: ¿por qué al recibir un
encargo Beethoven decidió escribir ex novo la que ahora conocemos como
la Cuarta sinfonía en vez de terminar la Quinta que ya había
comenzado?, ¿para quién compuso Haydn su Sinfonía 80?, ¿en qué medida Ligeti
se basó en patrones texturales de algunos cuartetos de Bartók para componer la
textura principal del último movimiento de su Segundo cuarteto y con qué
estrategias desarrolló esta misma textura en obras posteriores como el octavo
movimiento de las Diez piezas para quinteto de alientos y Ramifications?;
¿qué impacto hubiera tenido en la historia del rock si la Decca no hubiera
rechazado a los Beatles y estos no hubieran colaborado con el productor de
George Martin en sus primeras grabaciones para la Parlophone?; ¿cuáles son los
criterios estéticos con los cuales los aficionados del trap, el reggaetón, la
improvisación libre o el arte sonoro distinguen las piezas malas de las
buenas?; ¿qué tipo de comunicación establece con los tambores batá un participante
de un ritual yoruba cuando entra en trance y cuál es el significado de esta
práctica para esa persona y para su cultura?; ¿cómo es la experiencia identitaria
de un inuit del Caribou cuando performa su canto personal ante su comunidad?
En nuestro trabajo hay cuestiones extraordinariamente básicas que no se pueden responder de forma categórica y simple. Un ejemplo: para determinar la forma del cuarto movimiento del Cuarteto 11 op. 95 de Beethoven que trabajé en La música cuenta consulté cuatro fuentes. Cada una proponía una esquematización formal distinta. No hay manera de definir en términos simples la forma de este movimiento. Por el contrario, hay que introducir argumentaciones, referencias, peroratas que aboguen a favor de la solución que consideramos adecuada. Si la definición de este aspecto en apariencia tan básico está sujeto a discusión, imaginemos que capacidad de “objetivación” tenemos cuando nuestro objeto de estudio es el significado expresivo de esta misma pieza, los mecanismo de ironía que podemos leer en ella o la importancia o significado que tiene en la historia de la música de arte occidental. Aquí las creencias comunes sobre la “objetividad” se nos escurren entre las manos. En mi opinión, no se puede atender ninguna de las preguntas de investigación mencionadas sin ejercer una subjetividad. Y ahora expliquemos qué es la subjetividad pero ya no desde nuestros prejuicios y creencias, sino desde la argumentación académica.
3. Qué es la subjetividad
Como especifiqué
en La música cuenta (López-Cano 2020, 73-75), la subjetividad
es un derecho que tenemos para ejercer una visión del mundo (Kramer 2011). Este derecho no es natural; nos lo ganamos a puntapiés a partir de revoluciones
e ilustraciones que permitieron reconocer que los seres humanos somos más que materia
a administrar por un gobierno. En efecto, somos agentes transformadores de la
sociedad y destinatarios principales de la gestión del estado. Ahora bien, este
derecho lo ejercemos desde cierto aprendizaje explícito o tácito. Nuestra interacción
en los entornos socioculturales en los que crecemos nos envuelve en discursos,
sistemas de valores y principios legales, morales y éticos. Esta exposición nos
hace construir específicas preferencias políticas, estéticas, sexuales,
teóricas, afectivas, deportivas o de cualquier otra índole. A lo largo de
nuestra vida asumimos diferentes posicionamientos frente estos discursos y
valores. Desde ahí decidimos someternos a las reglas del mundo, quebrantarlas o
cambiarlas. En efecto, somos portadores y reproductores de cosmovisiones
determinadas. Esos posicionamientos, esos lugares desde donde percibimos,
valoramos y tomamos decisiones para interactuar con el mundo, es lo que
constituye la subjetividad. La subjetividad no es la interpretación arbitraria
y sin fundamento del mundo: es un lugar desde donde se construyen sus significados
(López-Cano
2020, 406).
Desde esta
perspectiva, podemos definir la noción de subjetividad en la investigación
académica como la influencia que ejercen en nuestras observaciones, análisis y
argumentaciones, distintas determinaciones sociales que nos afectan
personalmente. Ente éstas se encuentran nuestra etnia, el género que ejercemos
o la condición social y económica a las que pertenecemos. También forman parte
de éstas nuestras preferencias políticas, sexuales, teóricas, de modelos de
familia, etc., que nos hacen ver y comprender el mundo de determinada manera.
Leemos y comprendemos al mundo desde esta condición que por cierto es más
cambiante y fluida de lo que solemos pensar: la subjetividad no es una posición
estable y perene; cambia con el tiempo y varía con las situaciones a las que
nos enfrentamos (Mansfield 2000).
Pero la
subjetividad no un resabio, un defecto indeseable que deberíamos eliminar. Es la
condición por medio de la cual el conocimiento es posible. Sin ella no
podríamos decir nada valioso sobre el mundo: nos limitaríamos a reproducir de
manera descriptiva y acrítica lo que vemos o creemos ver. Por supuesto que
nuestra subjetividad introduce sesgos y tendencias que pueden influenciar de
muchas maneras la investigación. Sin embargo, una cosa es ejercer una
subjetividad, ser consciente de ella y saberla gestionar en la investigación
académica y otra es no respetar las reglas que nos impone este espacio
profesional.
Es importante
subrayar que la subjetividad no es un marco solipsista de valores individuales.
Las subjetividades son espacios poblados por todos aquellos sujetos que
comparten determinada visión sobre algunos aspectos del mundo en situaciones
específicas. De este modo, la subjetividad es el lugar desde donde ciertos
sectores sociales dan un sentido compartido a la realidad. Por otro lado, la
subjetividad se ejerce desde diferentes posiciones de sujeto entendidas
como el lugar epistémico desde donde construimos un punto de vista
determinado; el punto vigía desde el cual comprendemos e interpretamos al mundo
(López-Cano
2020, 405).[1]
Los artefactos epistémicos tienen la misión de construir en sus receptores
determinadas posiciones de sujeto. Si estos últimos aceptan sus reglas del
juego y pactan el marco de intercambio de conocimientos, entonces se instalan
en esas posiciones. Desde ahí pueden apreciar las consideraciones,
interpretaciones o predicaciones que se hacen sobre la realidad que estudian.
Si no se es capaz de ocupar esa posición, no hay posibilidad alguna de
transferencia de conocimiento.
Este pequeño texto
también intenta construir una posición de sujeto y ubicarte en él mientras lo
estás leyendo. Como todo artefacto epistémico, busca que las personas que lo
lean realicen dos tipos de trabajos críticos. El primero consiste en que, desde
la misma posición de sujeto propuesta por este artefacto, los y las
lectoras activas evalúen la solvencia de las observaciones, argumentaciones e
hipótesis propuestas y descubran sus limitaciones, errores o contradicciones.
El segundo trabajo es salir de este posicionamiento y observar sus contenidos
desde diferentes marcos axiológicos o teóricos. Estos movimientos permiten el
debate y discusiones entre diferentes comunidades de investigación lo cual
constituye una parte fundamental de la investigación académica profesional de
nuestro tiempo.
4. Pasa en las mejores familias
La subjetividad
no es exclusiva de las humanidades. Las ciencias sociales más cuantitativas y
aún las llamadas ciencias duras como la física o la biología también ejercen
diferentes modos de subjetividad. Veamos un caso. El gran Albert Einstein no
estaba de acuerdo con algunos de los principios fundamentales de la mecánica
cuántica que irónicamente fueron desarrollados gracias a sus propios
descubrimientos. A lo largo de su vida rechazó categóricamente el principio de
un universo abierto, incierto y azaroso que aquella defendía con la famosa
frase “Dios no juega a los dados” (Stone 2015, 2). Por supuesto que
el físico expresó su rechazo también con refinados argumentos científicos (Ballentine 1972). Sin embargo, su posicionamiento se debió también
a una firme convicción cultural. Esta posición de sujeto la ejerció también en una
famosa conversación que tuvo en los años treinta con el poeta indio
Rabindranath Tagore. Lo que en un principio se planteó como un debate sobre
concepciones de la verdad entre un poeta y un científico, se convirtió muy
pronto en la constatación de dos maneras de ver el mundo desde dos tradiciones
culturales-religiosas: una desde el hinduismo, la de Tagore; y la otra desde el
judaísmo, la de Einstein. Durante la charla, Einstein expresó la naturaleza de
sus creencias de manera hiperbólica e irónica: “No puedo demostrar que mi
concepción es correcta, pero es mi religión… ¡Entonces yo soy más religioso que
usted” (Prigogine 1993, 44-45).
En La CreaciónCientífica (1986), uno de los más interesantes ensayos sobre la actividad científica,
Abraham Moles observa cómo algunas decisiones metodológicas realizadas por los
científicos responden más a preferencias estéticas que a posibilidades lógicas.
También menciona los momentos en que la investigación procede por intuición o
lógicas no lineales, destaca las fases heurísticas de la actividad científica y
el impacto dentro de ella de serendipias y epifanías (López-Cano 2019). Muchos
de estos momentos dependen de determinados posicionamientos subjetivos. Por
otro lado, Press y Tanur (2001) presentan numerosos casos históricos en que
grandes científicos como Galileo Galilei, Johannes Kepler, Isaac Newton,
Charles Darwin, Louis Pasteur, Gregor Mendel, Marie Curie, o Albert Einstein
entre otros, usaron su subjetividad en investigaciones cruciales. Esto no
quiere decir que en los resultados finales y en sus argumentaciones, las
investigaciones que hayan incorporado estos procesos no cumplan los requisitos
de forma y contenido de la investigación profesional en sus determinados
campos. Por eso son valiosas. Pero esto tampoco significa que sean buenas pese
a la subjetividad de los y las investigadoras. Significa que son buenas,
también, gracias a ella.
5. Diagnósticos certeros
Calificar un
artefacto o comunicación epistémica de “subjetivo” no dice absolutamente nada.
Esto es un juicio vasto y perezoso pues la subjetividad está implícita en
cualquier acto de comprensión del mundo. Como ya he mencionado, esto no hace
sino invisibilizar los posibles defectos e insuficiencias concretas que afectan
a un artefacto epistémico en sus diferentes niveles: (1) la elección de
muestras para el análisis, recuento de elementos del fenómeno a estudiar o el
proceso de recolección de datos en general; (2) en el análisis o interpretación
de las informaciones recolectadas y (3) en la construcción argumental con que
presentamos y defendemos nuestras conclusiones, hipótesis o tesis.
Puede ser que no
compartamos la posición de sujeto implícita en una enunciación epistémica. En
este caso es probable que la investigación no tenga errores evidentes:
simplemente su posicionamiento escapa al espectro de nuestra posiciones de
sujeto. Por otro lado, es verdad que algunos errores pueden derivar del el
ejercicio de determinada subjetividad. Pero no todos se relacionan con ésta. Entre
las insuficiencias que nada tienen que ver con la subjetividad se encuentran
las siguientes: introducir informaciones falsas que por consenso ya han sido
descartadas en la investigación profesional o generar argumentos falaces. Por
ejemplo, está comprobado que Beethoven no fue el primer compositor que se ganó
la vida ejerciendo su profesión de manera independiente de la corte o de la iglesia;
que el festival de Woodstock no fue en 1968 y que ni Josquin des Pres ni
Lennon- McCartey compusieron factualmente todas las piezas que se les
atribuyen. Ahora bien, hay conocimientos que actualmente están en discusión intensa.
Algunas comunidades de investigación sostienen que el tipo de sordera que
padecía Beethoven le dificultaba la interacción social pero no le impedía escuchar
internamente la música que componía. Según esta perspectiva, el impacto de las
dolencias auditivas en la trayectoria artística del coloso de Bonn es ínfimo
cuando no inexistente. Por el contrario, otras investigaciones insisten en considerar
que dada su condición auditiva, su ejercicio compositivo constituye uno de los
mayores milagros de la historia. Con ello, estas perspectivas afirman la
vigencia del esquema del mito heroico que se aplica tanto al análisis de su
música como a la interpretación de su vida. En este tipo de casos podemos
asumir una u otra postura y defenderla; pero nunca debemos pretender que la
nuestra es la verdad oficial negando la existencia de los y las colegas que
sostienen la opinión contraria.
Las diferentes
comunidades de investigación académica profesional poseen pautas explícitas y
tácitas para el buen desarrollo metodológico y ético de su trabajo. Sin
embargo, existen muchas maneras de hacer trampas a estos principios. No estudiar
críticamente y a profundidad los conceptos fundamentales que empleamos en un
trabajo, no hacer sus respectivas genealogías conceptuales y limitarse a
mencionarlos sólo a través de citas de segundas o terceras fuentes pretendiendo
que los hemos leído de sus fuentes directas, también es hacer trampa. Trampas son
también las diferentes formas de plagio y apropiación indebida de informaciones
y discursos de investigación ajenos. Algunas deficiencias en la recolección de
muestras, ejemplos y casos a estudiar es otra forma de trampear las reglas.
Aunque tengamos fuertes convicciones en relación a alguna hipótesis que
queremos demostrar, los criterios de recolección y análisis de información deben
estar en función de los procesos habituales de discusión académica.
Otro error
frecuente que no se puede atribuir a la subjetividad es el desaseo intelectual.
Lo que concluimos debe derivar lógicamente de las premisas que presentamos con
anterioridad. Los procesos de inferencia deben apegarse adecuadamente a los
dispositivos de la inducción, deducción o abducción. Del mismo modo, las interpretaciones
o inferencias complejas no pueden ser caprichosas, deben atenerse a los criterios
de plausibilidad. En ciencias humanas, el aseo intelectual no sólo está en la
lógica abstracta que regula cada argumentación. Una parte importante de la
solvencia del dispositivo argumental recae en el uso adecuado del lenguaje. Desarrollar
limpiamente una interpretación, desde su concepción lógico- argumental hasta el
despliegue literario con el que la comunicamos y que puede estar plagado de
importantes resortes persuasivos, no solo debe regularse con parámetros éticos.
Conocer y aplicar los principios de la exégesis forma parte fundamental de la
metodología de las ciencias humanas y es nuestro deber conocer su
funcionamiento, límites y alcances.
Los errores por negligencia,
es decir por descuido en el ejercicio profesional (RAE 2020) o la incompetencia
entendida como “falta de pericia, aptitud o idoneidad para hacer algo o
intervenir en un asunto determinado” (RAE 2020), no son atribuibles al
ejercicio de determinada subjetividad. Muchas veces el término “subjetivo” se
emplea en realidad como sustituto de otro adjetivo más justo y preciso: “arbitrario”.
Una cosa es desarrollar un ejercicio de investigación profesional desde una
posición de sujeto determinada y otra trabajar a partir de una “libre voluntad o
al capricho antes que a la ley o a la razón” (RAE 2020). Esto último es
arbitrariedad.
Ahora bien, creo
que existen un conjunto de problemas que podrían derivarse de diferentes
maneras de la subjetividad si nuestras posiciones de sujeto no se gestionan
adecuadamente durante el proceso de investigación. Entre estos se encuentra la
parcialidad entendida como una serie de prejuicios, prevenciones, propósitos o
intenciones previas que actúan “a favor o en contra de alguien o algo” y
propician “la falta de neutralidad” o ponen en peligro nuestra “rectitud en el
modo de juzgar o de proceder” (RAE 2020). Estas predisposiciones pueden
conducirnos a desarrollar investigaciones tendenciosas, es decir, parciales y
demasiado influidas por ideas predeterminadas. En estas circunstancias podemos
caer en determinados sesgos en nuestra producción de conocimiento. Recordemos
que un sesgo es un “error sistemático en el que se puede incurrir cuando al
hacer muestreos o ensayos se seleccionan o favorecen unas respuestas frente a
otras” (RAE 2020). Existen muchos tipos de sesgo como el de de
atribución, confirmación, anclaje, etc. Pero obsérvese bien que los errores son
parcialidad, tendenciosidad y sesgo, no la subjetividad.
Cuando
investigamos sobre el reggaetón, el feminismo o los problemas de género en la
música, o cuando trabajamos teóricamente desde la perspectiva de los estudios
poscoloniales, ¿podemos afirmar que lo hacemos desde la más impoluta
imparcialidad? Yo creo que no. Creo que toda persona que investiga se sitúa en
un posicionamiento subjetivo que provee, sostiene y afirma convicciones, ideas
y prejuicios entendidos como presaberes que influencian de un modo u otro toda una
investigación desde el momento de la elección del tema, hasta sus conclusiones.
Si como he afirmado y repito, el conocimiento relevante en humanidades emerge necesariamente
de una posición de sujeto determinada, entonces, en mi opinión, la diferencia
entre una buena investigación y una deficiente no está en la presencia o ausencia
absoluta de posicionamientos subjetivos, sino en su gestión y su impacto en la
calidad de todo el proceso.
6. ¿Qué hacemos con la subjetividad?
Lo peor que
podemos hacer es ignorar estos dilemas y fingir que no existen; que podemos ser
“objetivos”, “racionales” e “imparciales” sin más. Se puede potenciar esta pretensión
y luchar a toda costa contra la subjetividad y esforzarnos conscientemente hasta
lo indecible para alcanzar la “objetividad” plena. En mi opinión este ejercicio
es inútil. Si lo intentamos, lo más probable es que simplemente nos desplacemos
de una posición de sujeto a otra. Creo que lo más honesto es asumir el problema
e introducirlo en nuestra agenda de trabajo. Lo primero es ser conscientes de cuáles
y cómo son esas posiciones desde donde analizamos la realidad. No para
pretender eliminarlas, minimizarlas o evitarlas. Simplemente para conocerlas y,
en consecuencia, comunicarlas a las personas destinatarias de nuestro trabajo:
informar desde dónde estamos analizando, reflexionando e interpretando la
realidad que estudiamos. En muchos encuentros de investigación artística o a
través de la práctica artística, he visto exposiciones que comienzan con la presentación
sociocultural e ideológica de las personas que realizaron la investigación.[2]
Esto contextualiza todo el conocimiento que viene después y permite una comprensión
diferente del mismo. Existen excelentes etnografías como la de Fernandes (2006) que se toman la molestia de explicitar en su introducción
sus opiniones políticas y afectivas ante la realidad que van a analizar. Esto abre
a una comprensión muy diferente de toda la investigación (López-Cano 2010). Por ejemplo, a
mí me ha permitido comprender su trabajo desde otra perspectiva y reutilizarlo
conscientemente desde un posicionamiento distinto (López-Cano 2014). Que tengamos una
posición de sujeto determinada no quiere decir que no sigamos las reglas del
juego de la investigación académica ni disculpa los errores o deficiencias
antes mencionadas.
En consecuencia,
hay que conocer los postulados, prejuicios y presaberes implícitos que portamos
con nosotros e intentar explicitarlos y, en su caso, convertirlos en hipótesis de
trabajo que nuestra investigación debería contrastar. Tampoco está de más
abrirse a ocupar de vez en vez posiciones de sujeto alternativas y ejercer la
empatía para con los trabajos y colegas que sostienen tesis distintas a las de
nosotros. Seguir las pautas de juego académico no está reñido con abrirse
a la sorpresa. Esto es un juego: pero con reglas.
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[1] Para una introducción al papel de la noción de posición de sujeto (subject position) en ciencias sociales, véase Törrönen (2001). Para su uso en estudios del cine véase Kuhn y Westwell (2012). Para sus usos en musicología véase Clarke (1999) y Beard y Gloag (2005, 133-35).
[2] El problema aquí es que, en muchas ocasiones, estas investigaciones no pasan de este punto.